Mimi, la loca

Por
Enviado el , clasificado en Varios / otros
176 visitas

Marcar como relato favorito

Por fin, el esperado día de irnos. 

En la década de los ‘80, la gente en Romania utiliza mucho el tren. 

Es el transporte más seguro y más confortable. 

Todo el mundo viaja en verano ya que todos merecen vacaciones después de un año de trabajo. 

Una estancia de doce días es la mejor que puede tocar. 

Hay que se van en coche, pero en ese tiempo el combustible es racionalizado: un tanque al mes. Algunos hacen provisiones, guardando el combustible, pero, cuanto pueden guardar?

La mejor opción queda el tren. Y, si se utiliza al máximo en verano.

En la dicha década, en Romania aún queda mucho para llegar al internet. 

Los billetes se venden a la estación de tren o en “agencias de renfe”.

Hay colas enormes, que ponen en dificultad los nervios y la paciencia de los compradores. 

Los vendedores, deben coger un billete de un enorme registro, luego apuntar el sitio, fecha, hora, etc., en otro registro, y por fin deben completar el tercer registro interno. 

Esto, por cada comprador. 

Si el comprador pide más sitios ( normalmente no se va de vacaciones solo),  debe encontrar los sitios en el mismo compartimento, etc.

Esto da mucho dolor de cabeza a los vendedores, sobre todo en verano, cuando hay un gran movimiento de personas. 

En la alta temporada se suplimentan los trenes hacia litoral. 

Aún así, los trenes parecen insuficientes. 

La gente prefiere los trenes de noche, para no tener que soportar el calor del día, ya que la ventilación no es la mejor, y, además, hay algunos que gritan al abrir las ventanas que se van a resfriar o les van a doler los dientes. 

Con tanta gente, en el calor del verano, es un suplicio viajar. 

Normalmente, los vendedores de billetes son muy profesionales, lo tienen todo ordenado, pero hay errores humanos, también. 

Hay dos billetes que se venden por un mismo sitio. 

Cuando la demanda es grande, se venden incluso sin sitio para sentarse: los que viajan se quedan de pies unos tres o cuatro horas en el pasillo del tren, con los equipajes a sus pies.

Si para comprar billete hay que esperar mucho y ser muy paciente, para subir en el tren es misión imposible. 

Algunos suben y sus familiares les pasan las maletas por la ventana. 

Algunos, haciendo un esfuerzo infrahumano, suben con niños (incluso bebés), maletas, de todo, por las escaleras que requieren unas piernas bien largas para llegar al primer escalón. 

En fin, después de todo, una vez subido en el tren, te quedas para respirar y empiezas a buscar el compartimento con el sitio, entre personas que subieron en el tren, pero sin tener “billete con sitio”, que están allá, en el pasillo con bolsas o maletas enormes, sobre las cuales debes saltar, sin tocarles para no romper algo de dentro, pero tener en los brazos niños, maletas, otras cosas y, sobre todo, el más importante: el billete donde pone el sitio asignado. 

La cara que pones cuando llegas al sitio que ya está ocupado por una persona que ni te mira y no responde cuando le preguntas amablemente:

-Perdona, tienes billete con el sitio…, lo mismo que lo mío?

Parece gracioso, no? Tal vez…

Tal vez habrá alguien que hará una película cómica con este tema. 

En realidad, puede ser gracioso solo si no te toca a ti. 

Cómo decía: el gran día de irnos había llegado. 

Iba con mi madre, mi padre y Petrica, el hermano de mi madre, a Tulcea, una localidad donde empieza el Delta del Danubio. 

Petrica, mi tío, trabaja de mecánico de barco. 

Es un barco grande, comercial, que hace transporte de mercancías por los mares y los océanos del mundo. 

De todo el mundo. 

El lo ha visto!

Es un afortunado poder viajar en todo el mundo, aunque solo ha visto ciudades portuarias. 

Ahora nos quiere enseñar su barco. 

Cuando va, primero en las Canarias y luego a donde lo mandan, pasa meses, un año o más aún, así que, cuando vuelve, tiene meses de recuperación. 

El trabajo lo pasa disfrutando de paisajes exóticos y cuando está de vacaciones, ayuda a su envejecidos padres a trabajar sus tierras (con métodos tradicionales). 

Es un poco, el mundo al revés, cansarse de vacaciones y vivir la vida en el trabajo. 

En fin…

Después de todo el suplicio para llegar al sitio (en el compartimento hay dos sofás una delante de la otra, con cuatro sitios cada sofá) tenemos la sorpresa de que todos los sitios están ocupados.

Efectivamente, parece que no nos espera nadie: todo está completo. 

Mi madre, Mimi, les pregunta un poco nerviosa si tienen el sitio del billete el mismo con lo que tenemos nosotros. 

Nadie contesta. 

Petrica les pregunta amablemente, lo mismo. 

Ninguna cara se mueve, ni una arruga. 

Parece que no existimos. 

Mi padre tiene cara de vencido. No le gusta nada la situación, pero no quiere meterse. 

Mi madre pierde la razón. Empieza a gritar. 

Mi padre intenta aplanar. Tiene vergüenza. 

Mi madre se pone más nerviosa, aún. 

Petrica trata de calmarla. 

No hay manera. 

Mi padre le explica que se arreglará la situación cuando vendrá el encargado de control de billetes. Pero mi madre no quiere quedarse en pies hasta que venga dicho empleado. A tanta gente que hay en el tren, puede tardar hasta una hora. 

La pelea está en el aire. 

Mi madre empieza a gritar:

-Apártate de mi sitio. Yo soy loca y te voy a cortar. Tengo una navaja. 

La gente del compartimento empieza a entender que no va de broma. 

Petrica le coge la mano apartándola de delante de una mujer que la mira de mala manera.

Que va! Mimi, retira el brazo y coge con fuerza a la mujer de su hombro. Esta se levanta y la da una paliza. 

Suerte con Petrica que las separa. 

Es un hombre fuerte: tiene fuerza para tener a una con una mano y a la otra, con otra mano. 

Llega, por fin, el empleado con el control de billetes. Probablemente, alguien lo ha llamado. 

Les piden los billetes: de los sitios que nosotros teníamos, solo uno coincide. Los demás estaban sentados sin tener billetes en dicho sitio. 

Están invitados a levantarse y a dejar los sitios ocupados sin que les corresponda. 

El que tiene el sitio que, por error lo vendieron en doble, se levanta y nos deja sentarnos. 

Desde allá, del pasillo del tren, la mujer que pegó a mi madre nos mira todo el camino, cómo si fuéramos culpables de algo. 

Por suerte, no dice nada y llegamos al destino sin otro incidente. 

En cuanto a mi madre…

Ulteriormente se ha jubilado (no a raíz de lo ocurrido), a base de…

Adivinad que?


¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales

Denunciar relato

Comentarios

COMENTAR

(No se hará publico)
Seguridad:
Indica el resultado correcto

Por favor, se respetuoso con tus comentarios, no insultes ni agravies.

Buscador

ElevoPress - Servicio de mantenimiento WordPress Zapatos para bebés, niños y niñas con grandes descuentos

Síguenos en:

Facebook Twitter RSS feed