SANDERS -1-

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SANDERS

1.______________________



   El hombre preguntó en la floristería de la esquina si conocían la oficina del detective.
Subió a pie hasta la única planta del edificio. Se paró frente a la puerta y leyó el sencillo rótulo: «Jack Sanders. Investigación privada».
La puerta estaba abierta. La gruesa secretaria asistente del detective sonrió:
—Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarle?
—Quiero ver al señor Sanders.
—¿Ha pedido usted cita?
—No; no sabía...
Peggy Katridge volvió a sonreír y dijo:
—No se preocupe; hoy tenemos un hueco. El señor Sanders llegará en unos minutos. —Se levantó y condujo al visitante a una pequeña sala contigua— Puede tomar asiento.
El visitante se sentó en un sillón claro con reposabrazos y extrajo su teléfono móvil del bolsillo de la cazadora vaquera. A los pocos  minutos la puerta de entrada se abrió de nuevo y Jack Sanders entró, cargado de carpetas y con gesto abrumado.
—El maldito caso Benders... —Vio al hombre y le echó un rápido vistazo— Es más complicado de lo que pensaba, Peg.
La mujer arrugó ligeramente los labios.
—Me lo parecía, Jack —dijo por su parte—. Tienes visita.
—Bien, hazle pasar —dijo Sanders, dejando las carpetas en una esquina de la mesa de la secretaria, junto al pie de la lámpara redonda de escritorio.

Sanders recibió con un apretón de manos al hombre.
—Seal Vernon, señor Sanders.
—Mucho gusto, señor Vernon. ¿Usted dirá?
Vernon volvió a sentarse y comenzó:
—Verá..., desde hace siete meses tengo una orden de alejamiento de mi esposa, Geraldine...
Sanders tecleó en la aplicación de notas de su móvil e interrumpió:
—¿Geraldine...
—Himes, Geraldine Himes, es su nombre de soltera.
El investigador tomó nota y levantó la vista de la pantalla. El hombre prosiguió.
—No cuestiono la orden, señor Sanders, ni trato de revertir el proceso; ella tuvo razón. Lo que yo quiero es que usted me informe de cómo están mis hijos. La juez ha dictado una orden de alejamiento muy estricta y, a petición de la abogada de Geraldine, en nueve meses no puedo acercarme ni tan sólo para recoger a mis hijos. Los recojo en la oficina de protección al menor de Carlbourgh Lane un fin de semana vez cada quince días, y allí los vuelvo a dejar los domingos a las seis de la tarde.
Sanders escuchó sin pestañear, con las manos cruzadas sobre la concavidad del estómago. Miraba a Vernon fijamente con sus inquisidores ojos verdes y la punta de la lengua oprimiendo el labio superior.
Tras una pausa, en que el hombre trató de indagar en la mirada del investigador alguna emoción, prosiguió:
—Mire, quiero contratar sus servicios para averiguar cómo transcurre la vida cotidiana de mis hijos en la casa de Geraldine. Ella se ha negado a hablar conmigo por teléfono. Lo he intentado por medio de mi abogado varias veces, sin éxito.
—Entiendo —dijo Sanders, acomodándose en el respaldo de su sillón giratorio y prosiguió el interrogatorio—: ¿Su esposa tiene un trabajo fuera del hogar?
—Así es. Verá. Me interesa saber si mi esposa -la llamo así porque todavía estamos en trámite de divorcio- mantiene alguna relación actualmente y... qué información me puede aportar, sobre esa relación, en caso de haberla.
—¿Señor Vernon, sospecha usted que su esposa haya mantenido una relación íntima antes de su separación? ¿Cree usted que esa es la causa de la denuncia contra usted? Cuénteme en base a qué hechos se ha dictado la orden contra usted.
Vernon lanzó un largo suspiro y adujo:
—En los meses anteriores a la denuncia, ella y yo teníamos discusiones muy frecuentes. El tono iba aumentando de día en día. Yo me sentía herido... Ella... bueno, ya sabe, es difícil dialogar cuando uno conoce al otro profundamente..., quedan muescas en la corteza del árbol y siempre son visibles —Vernon tiró el torso hacia delante, cruzó las manos en el regazo y continuó—: Esto lo sé ahora, señor Sanders. Después de lo ocurrido he hecho balance, me he examinado a mí mismo... Quiero decir, mi comportamiento. No trato de justificarme, eso no; pero he comprendido porqué he sido así, ¿entiende?
Sanders asintió con la cabeza.
—Una mañana discutimos, antes de salir yo al trabajo. Creo que..., lo cierto es que no recuerdo bien; todo fue muy rápido. Geraldine decía en su denuncia que la insulté y la empujé. Es posible, puede ser que perdiera el control en el ardor de la riña.
Sanders volvió a penetrar con sus ojos en los de su presunto cliente.
—¿No recuerda si agredió usted a su esposa, señor Vernon? ¿Se produjo anteriormente a ese día alguna situación similar o se repitió después?
Vernon inquieto pareció encogerse y negó con rotundidad:
—Nunca, señor Sanders. Yo suelo ser un hombre tranquilo, se lo juro.
El detective se acercó a la mesa, juntó las manos cruzando los dedos.
—Muy bien, señor Vernon. Me ocuparé de su encargo. La señora Katridge le informará de mis honorarios, le pedirá sus datos, y le facilitará mi número de teléfono personal. Me pondré en contacto con usted en los próximos días.
Vernon salió del despacho con cara de alivio y satisfacción, habló con Peggy Katridge y se despidió.

Jack Sanders aparcó su coche y bajó del mismo. Carlbourgh Lane era una zona residencial al oeste del centro de Annapolis, la capital de Maryland. Las calles rectangulares, con sus acogedoras casas ajardinadas y sus gruesos árboles centenarios a cada lado de las amplias avenidas, ejercían un apaciguador clima en el espíritu. A esa temprana hora no había casi caminantes. El investigador se sentó a una mesa cercana a la ventana desde la cual venía el número 1023 de la calle Dickinson. Pidió huevos con bacon, salchichas y una taza de café. Abrió el Baltimore Herald por las páginas culturales y esperó mientras devoraba el apetitoso desayuno y disfrutaba del aromático vapor despedido por la taza de oscuro café.


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