CUENTOS BREVES (del manual de la masturbación)
Por Eunoia
Enviado el 03/03/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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CUENTOS BREVES
(del manual de la masturbación)
(17)
GLADYS (II)
Por la noche Rosalía tenía ganas de hacer el amor. Nos pusimos a follar y la penetré de una manera rutinaria; en mi pensamiento solamente estaba el cuello y los hombros, los grandes pechos y los turgentes pezones, el herbóreo vello púbico, la abertura de los labios vaginales, el lubricado pasillo hasta el interior rosado de la vagina de Gladys; sus gemidos, su descarga de flujo, sus espasmos, la presión de sus muslos sobre mis orejas, la forma en que se metía mi pene en la boca y la mamó hasta que me corrí; nuestras miradas después del placer lujurioso... Me vine dentro del coño de Rosalía y ella pareció gozar hasta el orgasmo, pero dentro de mí había un vacío que únicamente llevaba a la mirada de ojos verdes de Gladys.
Al día siguiente, me levanté temprano, tomé una ducha y me fui a descansar junto a la piscina, y me fundí con los personajes de una novela de Dashiell Hammett. Rosalía se levantó y vino directamente a la piscina, se zambulló en el agua e hizo varios largos. Yo la miraba casi sin verla. Su cuerpo estilizado, metido en el bikini floreado, no me decían nada. Salió y me sonrió. “Vamos a desayunar”, me dijo. Yo asentí y entramos en la cocina. Preparé bacon con huevos fritos y tostadas con mantequilla. Rosalía quería ir de compras por la tarde y así lo acordamos. Después bajó Gladys. Llevaba un fino albornoz de raso de color granate. Estaba deslumbrante; sus ojos esmeraldas relucían en el blanco de sus ojos grandes. Sonriente, nos dio los buenos días y se preparó un desayuno a base de café y tostadas con miel y mermelada. Rosalía estaba fregando los platos de espaldas a ella. Gladys se fue a sentar y dejó entreabrir el albornoz. Sus magníficos muslos dejaron ver el matojo de pelo de su chocho, tan apetecible como el día anterior. Sonreía burlona y me guiñó el ojo. Luego cerró la lujuriosa vista y se puso a untar las tostadas y a tomar el café.
Gladys no era en realidad tía carnal de Rosalía, por eso ambas no tenían un parecido físico; era la hermana de la pareja de su padre, quien se separó de su madre cuando ella era adolescente. De Gladys se dejaban caer, en el círculo familiar materno de Rosalía, entre murmullos, ciertas insinuaciones y velados rumores, que cesaban en cuanto Rosalía o yo aparecíamos en las fiestas y reuniones familiares.
Rosalía terminó de fregar y salió al jardín y, como ya era habitual en ella, se echó sobre la tumbona cerrando los ojos. Gladys me preguntó en susurros si quería subir luego a su cuarto. La sola proposición hizo que se endureciera mi órgano sexual. Asentí vigorosamente y salí, me tumbé junto a Rosalía, frente a la piscina. Ella me cogió y de la mano y unos minutos después la cruzó con la otra sobre su estómago. Sus ojos se cerraron y su respiración se hizo acompasada. Pensé en su reacción en caso de enterarse del lance entre su tía y yo. En realidad, no conocía mucho de las ideas de Rosalía; de su punto de vista de la moral. Lo cierto es que hacer el amor con ella se reducía a besos y copular por un orden preestablecido y calculado; con Gladys todo había sido tan diferente, arrebatador, electrizante...Esperé unos diez minutos y me dirigí al interior de la casa.
Gladys ya no estaba allí.
Subí al piso superior y abrí la puerta de su dormitorio. Estaba esperándome completamente desnuda y boca abajo. Su melena negra destacaba sobre la blanca piel. Su culo amplio y carnoso parecía una doble duna bajo la escalonada línea de sus vértebras. Pasé por su lado y acaricié las nalgas que cimbrearon levemente. Eran una bella y doble circunferencia de carne dura y firme. Me acerqué a la ventana y vi a Rosalía en su acostumbrado adormilamiento diario.
Volví la mirada a la cama y Gladys, sonriente, dio la vuelta y se levantó. Otra vez quedé fascinado al ver sus grandes senos balanceándose con cada paso y aquel adorable triángulo velloso. Caminó hasta una silla que había pegada a una mesa. Se colocó apoyada en la silla, dándome la espalda. La luz de la mañana iluminó las espléndidas nalgas; aquellos glúteos firmes, redondos como sus grandes lunas llenas, con sus arcos excitantes sobre los muslos de apariencia juvenil...; en medio, entre los muslos separados, la sombra oscura de la pelambrera velluda... Yo estaba tan caliente que me bajé el short y la polla saltó al aire balanceándose. El glande estaba visiblemente enrojecido; la punta brillante de fluidos. Me acerqué por detrás a Gladys y le metí los dedos por la raja de aquel coño que me volvía loco de deseo.
Mis dedos se llenaron de su liquido vaginal, espeso y untuoso, muy caliente. «¿Quieres jugar con él, verdad?¿Te apetece comerlo?», preguntó. «Sí, sí», respondí casi fuera de mí. «¿Quieres chuparme el clítoris..; deseas follarte mi coño?» En lugar de responder introduje hasta el fondo los dedos y los hice girar dentro del distendido canal chorreante de flujo. Gladys gimió y largamente y se apoderó de mi tranca completamente erecta y dura. Me la meneaba con soltura, a pesar de su posición de espaldas a mí.
No te vayas a correr», me dijo con voz entrecortada. Yo continuaba follándola con mis dedos; los suyos recorrían la extensión de mi polla y extendían mi secreción húmeda y gelatinosa por el cilindro tieso y férvido. No podía más...Tuve el impulso de ver aquel chocho que estaba masturbando; quise ver la entrada entre el vello púbico, los labios abiertos llenos de lubricación vaginal, el color del interior, aspirar el aroma femenino... «¿Te hago un cunnilingus?», pregunté besándole la espalda. Por toda respuesta Gladys dejó escapar un «uhhmmmmm. Claro, chúpame el clítoris. Haz que me corra en tu boca».
Gladys se dio la vuelta. Yo volví a echar un vistazo por la ventana. Rosalía había subido sus brazos tras la cabeza; tenía los ojos cerrados orientados hacia el piso superior, y su rostro reflejaba la lasitud y la relajación del adormilamiento más dulce.
Volví y besé apasionadamente la boca, los labios, le comí la lengua recorrió su paladar, sus dientes. La sujeté por el culo y la elevé hasta la mesa. Ella se tumbó y abrió las piernas. Yo estaba fascinado ante la imagen de la elevación de su vientre, la pequeña selva triangular de vello negro y rizado, cuyo vértice estaba mojado; sus grandes labios vaginales brillaban. Los besé y chupé aquella savia que había extraído yo mismo con mis dedos todavía impregnados de la capa melosa.
Títulos anteriores
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(1): Desnuda frente al espejo
(2): Fetichismo
(3): La apuesta con Bárbara
(4): El delirio de tu néctar
(5): En el gimnasio
(6): Respuesta condicionada (versión 1
(7): Respuesta condicionada (versión 2)
(8): Mi eterna fantasía
(9): Irreprimible
(10): Espejo de la realidad
(11): Espejismo o realidad
(12): Y así llego el momento
(13): Iniciación
(14): Amanecer
(15) Gladys (I)
(16) Roma-Abril
(17) Gladys (II)
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