Denunciar relato
Entró en el coche sin mediar palabra, con mirada ligera dejó la mochila a sus pies. Tras reponer la marcha, segundos de silencio que duraron horas condensaban el ambiente entre piloto y copiloto, nada se decían, sólo respiraban, todo se temía desde la tormenta desatada la noche anterior.
Las manos al volante tensaban su temor: conducía pero no dominaba, sin saber qué decir, de no saber cómo arreglar la relación golpeada por su triste orgullo. De repente, un semáforo en rojo, una mano al cambio, y otra se posa encima, suavemente, con candor, y entonces se oye dulcemente:
-Perdón.
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