INTOLERANCIA
En el chaflán de las calles de Nápoles y de Córcega hubo una pequeña librería regentada por sus propietarios. Al decir del vecindario, ella y él eran hermanos. En la librería se podían encontrar obras de todos los géneros, desde Economía hasta libros técnicos de todss las materias, sin necesidad de trasladarse a las grandes librerías del centro, como Bosch, Bastinos, Herder, etcétera.
El relato se refiere a la época en que se extinguía ya el viejo régimen, bajo cuyo paraguas los militares, los falangistas, los llamados tecnócratas y los miembros del Opus Dei, se repartían las carteras de un franquismo que resistía a la agonía de su máximo representante.
Desde fuera del local se podían ver las impactantes cubiertas de libros de Robert Graves, Anaïs Nin, Karl Marx, Sigmund Freud, Doris Leesing, Robert Fraser o Montserrat Roig; y junto a ellos, hermanados, libros en catalán desde autores como Joan Maragall hasta Mercè Rodoreda, Josep Pla o Francisco Candel.
Para los lectores voraces, aquellos delicados platos desataban las ansias de placenteras lecturas y viajes extraordinarios al paraíso de las ideas y de la república de las letras, como escribió Cervantes.
Una triste mañana, aquella hermosa tribuna de la libre y pacífica confrontación de ideas y visiones del mundo con formas diferentes de ver, explicar y reivindicar la vida social; aquellos bellos escaparates delicadamente dispuestos, constantemente renovados con títulos nuevos, algunos de los cuales padecieron durante cuarenta años una feroz censura, que encontraban un democrático espacio de luz tras la vitrinas de aquella librería de barrio abierta a la universalidad del mundo literario, sufrió el acoso de los vándalos retrógrados, cuya ignorancia y brutalidad encontraba campo libre de ejercicio, gracias a la protección que otorgaba la impunidad de una pertenencia militante al agonizante mundo de la última decadente dictadura europea del siglo XX.
Semanas antes, los cristales de los aparadores, la puerta y las paredes de la librería aparecieron llenos de insultos y amenazas con acusaciones contra el progreso y los títulos de obras catalanes o en lengua catalana. Aquella mañana fueron más lejos. Las lunas de cristal fueron rotas y prendieron fuego a los aparadores más próximos a las vidrieras. Los vecinos, las vecinas, los simples transeúntes dirigían miradas asombradas y de repulsa al barbarismo incalificable que había sufrido el pequeño y pacífico comercio. Nadie había osado hurtar ni un solo libro, novela, tratado o manual de los muchos que estaban caídos entre los restos ennegrecidos y calcinados. Tampoco nadie se atemorizó ante la violencia y la agresión. Lo que producía impresión era ver a los dos hermanos, observando circunspectos, con una dignidad ejemplar, la obra de destrucción insensata que se había cernido sobre el comercio cobardemente, al amparo de la oscuridad nocturna.
A los pocos días, la sencilla librería volvió a reabrir su puerta, con su brillante doble escaparate acristalado intacto, su modesta decoración y la misma pluralidad de títulos a disposición de la cultura y el disfrute de quienes éramos clientes habituales de aquella admirable pequeña Atenas, de la "botiga de llibres de la cantonada".
(Historias de la calle Córcega)
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales