Aquella chica le gustaba mucho… Desde que la vio entrar por la doble puerta se prendó de ella y ya no encontró manera de apartarla de sus pensamientos. Ella era angelical: cabellos dorados, verdes ojos y una esbelta figura de dulce sílfide bailando al compás de sus pasos le impedían conciliar el sueño.
Era exuberante… «¡La amaba con locura…!» -lo sentía en su interior. Mañana, tarde y noche sólo pensaba en ella y su cerebro no hacía más que componer hermosos poemas de amor que -a buen seguro- jamás verían la luz en papel escrito.
Hasta que vio a la otra, a su compañera, adornando también su cabeza con el mismo tocado y vestida por completo de blanco impoluto… Destacaba por su exuberante pelo negro, una piel morena con matiz amielado, grandes ojos de mirada fiera destilando un amor sugestivo y unos ardorosos contoneos de caderas que también quitaban el hipo…
«¡Sería también para él…! ¡Las dos…!» -se decía al no querer renunciar al amor de ninguna de ellas…
Ambas enfermeras atendieron a los otros diez y después se acercaron hasta su moisés; le dieron dos besos antes de dormir y salieron riendo del nido común contándose entre ellas sus locas andanzas de amor de hospital…
¡Casanova…! ¡Vaya pieza…!
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