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Sentado en una silla de mimbre, Juan medita su vida. Sus ojos, cansandos y dolidos, van mirando a su alrededor, como se va muriendo la casa, vieja y rota. Y piensa para sus adentros, para no romper ese silencio y dejar que surja la monotonía de las horas silenciadas: Si mi casa sonriera, si mi casa renaciera, yo no me moriría, entre sus viejas paredes y suelos desconchados, viviría, viviría. Y con una sonrisa fúnebre, cierra los ojos, para que la parca se lo lleve en sus brazos.
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