Era una tarde de otoño "siempre es en otoño". cuando las hojas danzaban en el viento con un suave susurro. A. caminaba por un sendero que serpenteaba entre árboles dorados, dejando a su paso una alfombra crujiente de colores cálidos. El aire fresco llevaba consigo el aroma a tierra húmeda y a promesas perdidas.
De repente, en un claro iluminado por la luz dorada del brillo poniente, A. vio a B. que estaba sentada en una piedra cubierta de musgo, con un libro abierto sobre sus rodillas. Su cabello caía como cascadas de luz sobre sus hombros, y su mirada se perdía en las páginas como si estuviera viajando a mundos lejanos. A. se detuvo, cautivado por la imagen que ella proyectaba: una figura inpalpable en medio del paisaje que parecía cobrar vida a su alrededor.
Sin pensarlo, se acercó. Cada paso era un eco de su corazón latiendo más rápido. Al llegar a su lado, A. sintió cómo el tiempo se detenía; el murmullo del viento se desvaneció y todo lo demás se desdibujó. B. levantó la vista y sus ojos, dos lagos profundos, lo abrazaron con una calidez inesperada.
¿Qué lees? preguntó A. su voz temblando como las hojas al caer. B. sonrió, una sonrisa que iluminó el crepúsculo y llenó el aire de magia.
Historias de lugares lejanos, respondió B. con suavidad, donde los sueños florecen y los corazones encuentran su camino.
A. se sentó junto a B, y así comenzó un diálogo que fluía como el río cercano: natural y libre. Hablaron de todo y de nada; compartieron risas que resonaban entre los árboles y momentos de silencio en los que las palabras parecían innecesarias. Era como si sus almas se conocieran desde tiempos inmemoriales.
El sol descendía lentamente, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y violetas. A cada instante compartido se sentía más conectado a B, a su risa melodiosa y a la forma en que sus ojos brillaban cuando hablaba de sus sueños. Sin embargo, en el fondo existía una sombra de tristeza; sabía que el tiempo era fugaz.
Cuando finalmente la tarde se despidió y la primera estrella apareció en el cielo oscuro, A. comprendió que aquel encuentro había dejado una huella indeleble en su corazón. Se levantaron juntos y caminaron hacia el sendero por donde habían llegado, pero ahora todo parecía diferente; cada hoja crujiente bajo sus pies era un recordatorio del instante mágico que acababan de vivir.
Antes de separarse, B. miró a A. con una mezcla de nostalgia y esperanza. A veces, dijo suavemente, los encuentros son solo fragmentos de lo que podría ser.
A. asintió, sintiendo cómo las palabras calaban hondo en él. En ese momento comprendió que no necesitaban ser nombrados; eran solo dos almas errantes que habían cruzado caminos por un breve instante en este vasto universo.
Cuando finalmente tomaron caminos distintos al caer la noche, A. sintió que llevaba consigo un trozo del alma de B. Era un regalo invisible pero poderoso: la posibilidad de lo efímero convertido en eternidad.
¿Cómo se conocieron? No solo como un encuentro fortuito entre dos desconocidos, sino como una danza poética entre lo tangible y lo soñado.
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