El hombre atrapado entre dos mundos.

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Desde el umbral del silencio eterno, un hombre observa su propia vida a través de la ventana de su habitación, un cristal que ahora separa su existencia de la realidad. Su voz interior es un eco que reverbera en el vacío, una melodía de recuerdos, culpas y fracasos que se entrelazan en un tapiz surrealista.

¿Quién diría que terminaría así?, murmura su voz, un susurro cargado de ironía. El mundo exterior se presenta ante él como una obra de teatro grotesca: sus deudos, figuras distorsionadas por la tristeza y la culpa, se mueven como sombras en un escenario que él ya no puede tocar. Ellos lloran, pero él solo observa con desdén. ¿Por qué llorar por lo que ya no es? ¿Por las promesas no cumplidas o los sueños marchitos?

Recuerda su infancia, un tiempo donde la imaginación era su única compañía. ¿Acaso no fui un niño feliz?, se pregunta. Pero la risa se desdibuja en su mente, reemplazada por el eco de las decisiones equivocadas. Una elección tras otra, cada una como una piedra lanzada al agua, creando ondas que nunca cesaron. La vida es un laberinto sin salida, reflexiona. ¿Por qué me dejé atrapar por las ilusiones de éxito?.

Los días pasan ante él como imágenes en una película antigua. La juventud perdida en fiestas vacías y risas falsas; el amor que se desvaneció entre promesas incumplidas y miradas esquivas. La soledad es una compañera fiel, piensa con amargura. Cada fracaso pesa sobre él como una losa, cada culpa una cadena que lo ata a este lugar intermedio entre lo vivido y lo anhelado.

Sus deudos se congregan en la sala, hablando en susurros sobre lo que podría haber sido. Él los escucha y sonríe con ironía; para ellos, él es solo un recuerdo, pero para él, ellos son el reflejo de sus propias decisiones fallidas. ¿Acaso nunca vieron las grietas en mi sonrisa?, se cuestiona. ¿Nunca sintieron el frío detrás de mis palabras?.

En ese instante surrealista, el tiempo parece detenerse. Se da cuenta de que su vida ha sido una serie de actos inconclusos, un lienzo manchado donde las pinceladas del arrepentimiento dominan el paisaje. Quizás mi existencia no fue más que un sueño colectivo, reflexiona mientras observa cómo sus seres queridos luchan con su ausencia.

Y así concluye su relato el hombre atrapado entre mundos, cuya voz resuena más allá del silencio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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