El Debate.

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En una antigua biblioteca, cuyas estanterías estaban repletas de libros que susurraban historias de tiempos pasados, dos hombres se encontraron en una esquina iluminada por la luz tenue que se filtraba a través de las ventanas polvorientas. Una atmósfera de sabiduría y curiosidad impregnaba el aire, pero también lo hacía una creciente tensión entre ellos.

Bernardo, un chileno de voz firme y mirada apasionada, sostenía con orgullo un ejemplar de “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez. No hay duda de que la literatura hispanoamericana es un tesoro, pero si hablamos de profundidad psicológica y narrativa innovadora, nadie puede igualar a Pablo Neruda, argumentó, gesticulando con entusiasmo mientras su cabello castaño se movía al ritmo de sus palabras. Su poesía captura el alma del ser humano y su conexión con la naturaleza. Es un maestro indiscutible.

Frente a él estaba Martín, un argentino con una sonrisa desafiante y un libro en mano: “Rayuela” de Julio Cortázar. Neruda es sin duda un gran poeta, concedió Martín, pero no podemos ignorar la complejidad y el ingenio de Cortázar. ‘Rayuela’ es una obra maestra que invita al lector a ser parte activa del relato. Es una revolución literaria que desafía las convenciones.

La bibliotecaria, doña Matilde, observaba desde su escritorio con ceño fruncido. Su amor por los libros era igualado solo por su deseo de mantener el silencio en aquel refugio literario. Se acercó con cautela a los dos hombres. “Señores”, dijo en voz baja pero firme, por favor, recuerden que este es un lugar para la reflexión y el estudio.

Sin embargo, la pasión por la literatura había encendido los ánimos de Bernardo y Martín. Pero doña Matilde, insistió Bernardo con un tono casi suplicante, estamos discutiendo sobre lo que hace grande a nuestra cultura. La literatura nos define como naciones.

Martín asintió fervorosamente. Exacto. La literatura no solo refleja nuestra historia; también nos ayuda a entendernos a nosotros mismos, agregó mientras pasaba las páginas de su libro con reverencia.

La bibliotecaria suspiró suavemente, sabiendo que era difícil contener la energía creativa que emanaba de esos dos hombres. Entiendo su pasión, dijo mientras ajustaba sus gafas sobre la nariz. Pero quizás podrían abordar esta discusión desde otro ángulo. 

¿Qué quiere decir? preguntó Bernardo.

Podrían explorar las similitudes entre Neruda y Cortázar, sugirió doña Matilde con una sonrisa comprensiva. Ambos son productos de su tiempo y reflejan la complejidad del ser humano en diferentes formas.

Los dos hombres se miraron durante un momento, sorprendidos por la propuesta. La idea de unir sus voces en lugar de enfrentarse era intrigante.

Martín fue el primero en hablar: Tienes razón. Ambos autores capturan el espíritu latinoamericano a su manera única. Luego giró hacia Bernardo: Neruda tiene esa capacidad conmovedora para evocar emociones profundas; yo mismo he llorado con sus versos.

Y Cortázar, intervino Martín, desafía al lector a participar en su mundo literario. Su estilo innovador abre nuevas puertas para entendernos.

La conversación comenzó a cambiar; los argumentos se transformaron en apreciaciones mutuas mientras exploraban las conexiones entre sus autores favoritos. La bibliotecaria observaba satisfecha cómo el respeto y el entendimiento comenzaban a florecer entre ellos.

Finalmente, cuando el sol comenzó a ocultarse detrás del horizonte y los últimos rayos iluminaban las estanterías polvorientas, Bernardo y Martín se despidieron cordialmente, prometiendo continuar su intercambio literario en otra ocasión.

Doña Matilde sonrió al ver cómo la chispa del debate había dado paso a una conversación enriquecedora. Mientras los dos hombres abandonaban la biblioteca, ella pensó para sí misma: tal vez lo más hermoso de la literatura era precisamente eso: unir corazones a través del diálogo y el respeto.

La biblioteca volvió a sumergirse en el silencio reverente que tanto valoraba doña Matilde, mientras los ecos de esa apasionada discusión resonaban suavemente entre los estantes llenos de historias esperando ser contadas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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