La Manía.

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En una ciudad bulliciosa, donde el sonido de los coches y las conversaciones se entrelazaban en un constante murmullo, vivía un hombre llamado Samuel. A primera vista, Samuel parecía un hombre común, con su traje gris y su sombrero de ala ancha. Sin embargo, llevaba consigo una manía peculiar que lo diferenciaba de los demás: nunca podía pisar las rayas de las baldosas.

Cada mañana, cuando salía de su casa, Samuel se enfrentaba a un ritual que lo acompañaba desde la infancia. Las baldosas del pavimento estaban divididas por líneas blancas que delineaban los espacios. Para él, esas rayas eran como fronteras invisibles que no debía cruzar. Si accidentalmente pisaba una, sentía que el día se tornaría desastroso.

Así, cada paso era un desafío. Samuel se convertía en un experto en esquivar las rayas mientras caminaba por la acera. Sus ojos se movían con agilidad, anticipando el siguiente paso y midiendo cuidadosamente cada movimiento. Las miradas curiosas de los transeúntes lo seguían; algunos sonreían al verlo bailar entre las baldosas como si fuera un artista en medio de una actuación.

Un día radiante de primavera, Samuel decidió visitar el parque cercano a su casa. Mientras caminaba por la acera, notó que su corazón latía más rápido; había más rayas de lo habitual y el viento soplaba con fuerza. Se concentró intensamente en su misión y comenzó a saltar de baldosa en baldosa como si estuviera evitando un campo minado.

Sin embargo, a medida que avanzaba, se dio cuenta de que había un grupo de niños jugando cerca del parque. Risas y gritos llenaban el aire mientras corrían hacia él, sin percatarse de su manía. Samuel sintió cómo la ansiedad comenzaba a apoderarse de él; si esos niños lo tocaban o lo distraían, podría pisar una raya y arruinar su día.

Mientras intentaba esquivarlos, uno de los niños, llamado Lucas, se acercó corriendo y le preguntó: ¿Por qué saltas así? ¿Estás jugando?. Samuel sonrió nerviosamente, pero no pudo responder; estaba demasiado concentrado en no pisar las rayas.

El niño lo observó con curiosidad y decidió unirse al juego. ¡Juguemos juntos! exclamó Lucas mientras comenzaba a saltar a su lado. Pronto, otros niños se sumaron al juego sin entender la razón detrás de los saltos meticulosos de Samuel.

Atrapado entre sus pensamientos y el contagioso entusiasmo infantil, Samuel sintió cómo la presión comenzaba a aflojarse. Por primera vez en mucho tiempo, se dejó llevar por la risa y la alegría del momento. En lugar de preocuparse por las rayas del suelo, empezó a disfrutar del juego.

Al final del día, Samuel se sentó en un banco del parque junto a los niños que habían compartido su locura momentánea. Se dio cuenta de que había pasado horas sin pensar en las rayas; había estado simplemente presente.

Desde ese día en adelante, aunque seguía respetando su manía peculiar al caminar por la ciudad, aprendió a encontrar momentos para disfrutar del presente. A veces, incluso los más locos pueden encontrar alegría en la locura compartida con otros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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