El Noble Instrumento De Lo Infinito.
Por Etéreo
Enviado el 01/03/2025, clasificado en Reflexiones
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En el laberinto de la existencia, donde cada pensamiento es un espejo que refleja otra realidad, el lápiz se erige como un artefacto de la memoria. No es meramente un utensilio de escritura; es un símbolo de lo efímero y lo eterno, un hilo que conecta al hombre con el infinito. Su forma, aparentemente simple, encierra en su interior un universo de posibilidades, un compendio de ideas que aguardan ser desatadas.
Imaginemos por un momento que el lápiz es un viajero en el tiempo: en sus trazos se inscriben las palabras de poetas olvidados y los murmullos de filósofos que han buscado desentrañar los misterios del ser. Cada línea que deja sobre el papel es una huella, una señal en el vasto mapa del pensamiento humano. Así, el lápiz no solo crea; también recuerda. En su esencia reside la capacidad de evocar lo que ha sido y lo que podría llegar a ser.
Es interesante considerar cómo la historia del lápiz se entrelaza con la historia misma del conocimiento. Se dice que en sus inicios, antes de la llegada del papel, existían tablillas de arcilla donde los escribas dejaban inscritas las leyes y los relatos de su tiempo. El paso del tiempo transformó esas tablillas en hojas blancas, y el lápiz se convirtió en el nuevo escriba de la humanidad, llevando consigo las voces de aquellos que han intentado dar forma a lo inasible.
Sin embargo, esta herramienta también lleva consigo una carga paradójica. En sus trazos se manifiestan no solo las verdades, sino también las ilusiones; cada palabra escrita puede ser una puerta al laberinto o una trampa que atrapa al autor en sus propias construcciones. ¿Qué es una historia sino una red tejida con hilos de realidad y fantasía? El lápiz, entonces, se convierte en cómplice y carcelero al mismo tiempo: libera ideas pero también encierra a su creador en un mundo de significados múltiples.
Mientras el mundo avanza hacia tecnologías cada vez más complejas y desmaterializadas, el lápiz permanece como un relicario del pasado. En su presencia tangible reside la promesa de la creación genuina, aquella que surge del silencio y la reflexión. Quien sostiene un lápiz no solo escribe; también dialoga con su propia existencia y con los ecos de quienes le precedieron.
En este juego interminable entre lo real y lo imaginario, el lápiz se convierte en un objeto sagrado. No es solo grafito sobre papel; es la materialización del deseo humano por dejar huella en el mundo. Así como Borges exploró los laberintos del tiempo y las infinitas posibilidades del lenguaje, nosotros encontramos en este humilde instrumento una invitación a descubrir nuestros propios laberintos interiores.
Por lo tanto, cuando sostengas un lápiz entre tus dedos, recuerda: no solo estás a punto de escribir tu historia; estás participando en una tradición milenaria que busca entender lo inabarcable. Y tal vez, al trazar esas líneas sobre el papel, te conviertas tú mismo en parte de esa vasta biblioteca universal donde cada palabra cuenta una vida y cada trazo es un reflejo del infinito.
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