Madrugada perversa.

Ya siendo martes 1:43 de la madrugada siento que se me apodera de mí un intenso deseo carnal, de aquel tipo que no sabes porque no de dónde nació.

En dónde el torrente sanguíneo está inundado de pasión, los ojos reflejan lujuria y las manos llenas de tentación, los pensamientos envueltos en el aborto de la abstinencia y los latidos acelerados por la excitación del momento.

Acostado en la cama, como de costumbre sin ropa, el cuarto a media luz, en frente el espejo es espectador de lo que sucede, el autoerotismo va tomando el control y siento como se concreta con la fértil erección del pene.

Cierro los ojos he viajo a ese mundo único en el cual puedo hacer de todas mis esclavas, o lo que se me antoje. Y hoy le ha tocado a una mujer rellenita, senos prominentes, labios carnosos y unas nalgas exuberantes... 

Sin dar cabida a nada más que a mi imaginación... La veo que se acerca a mí, con un pijama semitransparente que con ayuda de la media luz puedo divisar unos pezones bien parados, unas piernas color canela y esa mirada fogosa.

Se desnuda lentamente mientras se suma a la cama y empieza a tocarme, sus manos suaves como la voz del amante susurrando al oído...

Sus besos en el cuello tan excitante como el aroma de la perversión en el aire. Desciende lentamente palpando cada parte de mi cuerpo con su lengua hasta llegar al lugar anhelado, donde su dominio es completo, su excelencia en ese acto quema el alma y el corazón conocía el paraíso terrenal.

Sentir su saliva deslizarse entre mis piernas, alimentándose de mi turgencia, y con esa mirada perversa, pidiendo que derrame el río de amor en su boca.

Y en unos minutos seguidos logra su objetivo, descargándome de toda excitación y lujuria... Ella se comportó debería.