EL ROSTRO EN LA OSCURIDAD (parte 1 de 3)
Por Federico Rivolta
Enviado el 05/03/2025, clasificado en Terror / miedo
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Anahís recorría el museo con una sonrisa que no podía contener. Sus labios, pintados en bordó, estuvieron a punto de estallar en carcajadas más de una vez, en especial, cuando oía a alguien reprobar su nueva escultura.
Todos se decepcionaron con la obra; demasiado simple para aquel sitio de columnas altas y techos con molduras de blanco radiante, un lugar que solo exponía las piezas más destacadas de la escena plástica contemporánea.
La artista, tantas veces aclamada por su estilo transgresor, había llevado una pieza que, por mucho que sus fieles seguidores lo intentaban, no lograban sacar a relucir alguna idea de la desobediencia que la caracterizaba.
La creación titulada “El abismo en el espejo” tenía pocos detalles. Se trataba de una escultura de una mujer que llevaba lo que parecía ser un vestido francés del siglo XIX, de pie frente a un espejo de marco labrado.
—Inocuo —dijo el crítico de arte Rafael Valdez; un hombre obeso con gafas redondas y barba en punta.
Rafael infló su pecho, como lo hacía cada vez que encontraba una víctima para su siguiente artículo.
Anahís no estaba preocupada, ella seguía caminando en círculos alrededor de su obra. Los pasos de la autora resonaban en la madera pulida, pues llevaba unos borceguíes de cuero que parecían demasiado grandes para su estructura delgada y vestida de negro, una figura de líneas más bien puras y sencillas, que de curvas exuberantes.
Las horas pasaron y las partes de la escultura diseñadas en cera comenzaron a derretirse a causa del calor de los reflectores, pero Anahís no se alarmó, al contrario, se abrazó a sí misma como un pequeño cuervo, orgullosa de su plan perfecto.
En ese momento, todos en el museo se acercaron para ver a la pieza perder su forma, hasta que trozos de su rostro comenzaron a desprenderse. La cera derretida reveló capas ocultas; el calor la estaba despojando de su máscara. Para sorpresa del público, bajo la primera capa de cera se escondía una segunda cara; una calavera grotesca de una mujer que había estado intentando mantenerse bella, pero que solo logró arruinar su piel por el exceso de cosméticos. Ese rostro tenía un nivel de detalle sorprendente, y su mirada mostraba una desvinculación de la realidad objetiva; se había perdido en la profundidad del espejo que le devolvía una mentira piadosa.
Anahís continuaba pletórica. Aunque solitaria físicamente, se sintió rodeada del caos, que la albergaba como una madre.
El cristal del espejo que acompañaba a la escultura tenía un mecanismo que lo hizo girar, y al otro lado tenía una pintura que, con un vidrio delante, daba la sensación de que también era un espejo, pero en lugar de reflejar un rostro derretido, tenía pintado el atractivo rostro original. Todos los presentes aplaudieron, convirtiendo a Anahís en el centro de atención de la muestra.
Varios artículos la nombraron como la autora de la mayor atracción de aquella gala. Ella disfrutaba de esos momentos de éxito, pero algo la inquietaba, y era que ya habían pasado varias semanas sin trabajar y aún no tenía una idea para una nueva obra. Su mente estaba vacía, al igual que las botellas que se acumulaban a su alrededor.
Una noche, mientras miraba televisión y cenaba varias copas de vino, sobrevino un apagón en todo el barrio. El silencio fue absoluto, como si ella fuera lo último en el mundo, acompañada solo por una eterna oscuridad. Pero no se sintió cegada; todo a su alrededor se convirtió en un lienzo de potencial infinito. Vio distintos tonos de negro bailando entre sí como si de amantes se tratase, percibió sombras que se deslizaban como seda sobre el suelo hacia sus pies, y vio por la ventana un fino polvo de estrellas dibujar curvas humanas en el vacío. Minutos más tarde la corriente regresó, y Anahís sintió una chispa de curiosidad: ¿Qué pasaría si trabajara sin ver?
Recorrió el departamento con la sensación de que había algo allí escondido, no alguien tembloroso como un ratón, tampoco al acecho como una pantera, sino algo que la esperaba, que solo esperaba paciente disfrutando de esa espera. De pronto oyó un susurro, el viento tal vez, o una voz lejana que se distorsionó en el camino, pero llegó hasta sus oídos con claridad para sonar como un nombre: «Anahís».
No supo de dónde provenía, pero en ese momento estaba parada sin explicación frente a una habitación interna olvidada, cubierta de polvo y tiempo, que no utilizaba más que para acumular objetos en desuso. Ese sería un sitio ideal para su plan, y decidió ambientarlo para trabajar allí a oscuras, en un afloramiento de percepciones más allá de la vista.
Al día siguiente vació la habitación, y llevó una mesa y sus herramientas de trabajo. Tapó bien todas las hendiduras alrededor de la puerta para que no ingresara una gota de luz, y enseguida comenzó a crear una pieza que al principio no sabía en qué iba a transformar, solo sabía que la haría en una unión absoluta entre artista y obra; la esculpiría en el éter mismo de la noche.
Una imagen comenzó a tomar forma en su mente, y se sintió guiada mientras exploraba cada trozo de arcilla. El material se comunicaba con ella mediante el tacto, volviéndose más dócil o más rígido, según dónde lo presionaba. El sonido que hacía cuando hundía sus dedos también la ayudaba, en una cadencia de notas que solo ella podría entender. Pronto comenzó a oler los diferentes aromas que el material emanaba según su humedad, y la imagen mental cobró vida en sus manos. El bloque tomó entonces el aspecto de unos hombros musculosos, sobre los que descansaba una cabeza de soberbio perfil.
Fue convirtiendo ese sujeto en uno de aspecto fuerte, pero sobre todo se enfocó en su rostro, imaginando cada línea, cada curva. Quería que fuese bello y con un semblante intenso.
Estuvo horas sin salir de ese lugar, dando forma a su creación. Deseaba hacer un gran avance ese día, aunque suponía que le tomaría muchos más el poder terminarla. Luego de un rato encendió la luz y vio que su escultura era más preciosa de lo que había imaginado. De hecho, ya estaba terminada, pero hubo algo que la sorprendió más aún: aquel hombre carecía de ojos.
Vio la obra con detenimiento. Ella recordaba haber dedicado tiempo a los ojos de su escultura, pensó que quizás pudo haberlos borrado por accidente en el proceso creativo, mas el resto de la obra no tenía defectos.
La pieza era hiperrealista. Cada pliegue del cuerpo del hombre era el correcto, cada vena sobresalía perfecta sobre su piel, y su rostro era intrincado y exquisito. Anahis estaba confundida, tenía amplios conocimientos en anatomía humana, los que plasmaba en cada obra, pero no se creyó capaz de hacer algo tan minicioso en tan poco tiempo y, sobre todo, en aquella habitación desprovista de luz.
Luego de ver la obra terminada se sintió eufórica, y decidió celebrar de un modo especial, como solía hacerlo en esas ocasiones.
...
...continúa en la 2da parte..
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