Una mansión que acoge infinidad de orgías (11) (2ª parte)

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La esclava no se saciaba de tragar squirt tras squirt. Cuando terminaron, a la pelirroja le pasaron el recado de que fuera a la garita, que Araceli le iba a dar su ración de chumino y culo.

Araceli mientras espera la llegada de la golfa servicial, cambia al monitor 42, que corresponde a la habitación contigua.

Allí había un grupo de cinco hombres, de entre 25 y 50 años. Todos muy masculinos y musculosos. Primero hicieron un trenecito (cogiéndose fuerte por las caderas y perforándose sus culos con saña), y luego montaron un castillo de cuatro pisos mientras el quinto hombre, colocándose enfrente, hacía de mamporrero e iba comiendo pollas y ojetes a su capricho.

Cuando decidieron correrse, uno de ellos adopta el papel de tragaesperma colocándose de rodillas en el centro de la habitación rodeado de sus cuatro compañeros. Después de chupar polla tras polla (dejando aquellos cuatro rabos bien ensalivados), le descargan tal cantidad de semen, que la cara le queda irreconocible a aquel pedazo de maricón.

Araceli escucha unos toques en su puerta, la abre y allí está su puta barata ofreciendo sus servicios de esclava a su nueva ama.

--Si no quieres que te mande junto a esos guarros para que le sorbas todo el esperma a ese asqueroso chapero, el cual ya ves, lo tiene esparcido por toda la cara, vas a tener que hacer todo lo que yo te diga –le suelta Araceli a su nueva esclava.

--Sí, mi ama –dice la chica, escuetamente.

--Pues vente, que me tienes que chupar unas ampollas que me han salido en los pies por hacer senderismo durante cinco horas. Mordisquea esas bolsas y bébete todo el líquido que suelten. Tengo cuatro o cinco ampollas en cada pie. Tienes trabajo, ¡cacho puta!

Araceli se sienta en un sofá y su sierva la descalza. Se agacha y lame las plantas de los pies de su Ama. Acerca su boca a una de las ampollas, la muerde ligeramente, y sorbe todo el líquido que suelta. Araceli suelta unas carcajadas y masculla “Eres muy guarra y asquerosa. Serás una buena puta”.

Mientras la sierva le lava los pies con su lengua y sorbe el contenido del resto de las ampollas, Araceli coge el mando a distancia y marca el monitor -13 (que se corresponde con la habitación -13, en el sótano). Allí, una dómina con un strapon fijado a la cintura le pega unos buenos caderazos a un maricón. La polla de látex que la hembra posee es enorme. El hombre está a cuatro patas y la mistress o madame le penetra el ojete con ímpetu desmedido. La mujer se ríe a mandíbula abierta cada vez que el hombre suplica que baje el ritmo.

Araceli también se carcajea viendo el espectáculo y suelta:

--Se me acumula el trabajo. Hay tantas mujeres y hombres sumisos y dóciles dispuestos a ser sometidos y humillados por machos y hembras dominantes y con carácter, que no doy abasto.

Cuando Araceli constata que su sierva le ha dejado los pies como los chorros del oro y sin rastro de ampollas, la deja ir. No sin antes escupirle en la cara tres buenos salivazos.

Eran ya las seis de la madrugada. Jorge, su relevo, llegará a las ocho. Araceli decide pegarse una ducha y arreglarse un poco. De este día no se le escapa. Por muy enamorado que esté de su reciente esposa, Araceli tiene mucho orgullo y no permitirá que esa presa se le escurra de las manos.

Mañana será otro día.


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