Ocurrió un día, que dos personas compartieron lectura por casualidad. Ambos disfrutaban desde niños con un libro entre las manos.
Al leer cada uno en su casa las historias del otro, las palabras comenzaron a danzar en el aire, creando imágenes y emociones compartidas. Rieron, reflexionaron y soñaron juntos. En ese instante, comprendieron que compartir una lectura era más que un simple acto: era un puente hacia mundos desconocidos, una conexión profunda y una amistad sincera.
Entendieron que hay un nexo luminoso, indescriptible, que no conoce de geografías o tiempos. Las emociones y fantasías no conocen fronteras. La casualidad tiene un fundamento más allá de las apariencias; tiene un porqué, una razón, un sentido. Funde a personas iguales en una danza etérea.
Fueron dos niños que con los sentidos abiertos se sumergieron en cientos de historias, convivieron con los mismos personajes, transitaron mundos mágicos, dramáticos, amores apasionados, situaciones cómicas, enredos con duplicidad, ardores físicos, pensamientos abstrusos, descubrimientos constantes, rutas fantásticas, se descubrieron a sí mismos conociendo al otro, diseñaron nuevas formas, juntaron sus espíritus, hicieron un alma conjunta, iniciaron una travesía fabulosa, notaron el calor mutuo, aprendieron cada cual del otro, y ambos de todo el cosmos impreso en las palabras que otros navegantes de sueños dejaron como legado a los amantes de la vida palpitante
Así, cada página se convirtió en un lazo irrompible, donde la magia de las historias unió sus corazones para siempre.
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