Escondidos ante la inspección

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Reunión en el despacho del gerente. Don Emiliano tiene asuntos urgentes que tratar, y para ello lleva ya un buen rato despachando con Paula, su hija, encargada de la contabilidad, y con Ramón, el adjunto de Paula. Ambos se encuentran en situación irregular, ahorrándose desde hace meses la empresa sus altos costes. Todo va de perlas mientras no se deje caer una inspección.

Aunque la tensión de la reunión era palpable, Paula tenía la cabeza en sus planes de fin de semana, y hacía como que tomaba nota de manera rigurosa de todas y cada una de las directrices de su padre. Por su parte, Ramón, que llevaba ya casi 20 años trabajando con ellos, y el cual siempre había sentido una profunda atracción y admiración por Paula, estaba tratando de prestar toda su atención, en parte por responsabilidad, y en parte por lucirse siempre en presencia de ella.

-Entonces os queda claro que tenemos que cotejar esos gastos, ¿verdad? - se dirigía en tono grave el gerente a sus dos allegados en materia financiera, cuando de repente sonó su extensión.

-¿Sí?

-Don Emiliano, tenemos visita, hay una inspectora de trabajo en la sala de reuniones esperando al gerente.

Don Emiliano se levantó bruscamente y saliendo de su despacho con cara de pocos amigos ordenó a ambos que se escondieran inmediatamente bajo su mesa y no salieran bajo ningún concepto.

Paula se metió la primera, agachándose como pudo se estableció sobre una esquina inferior, plegada al máximo. Ramón se las vio y deseó para caber en ese hueco sin apabullar a la hija de su jefe. Era imposible no rozarse, aun así, Ramón, cortésmente hizo lo que pudo al principio solapando su muslo exterior con la bella pierna de Paula, semidesnuda por las partes que no cubrían sus oscuras medias.

Paula tenía las piernas juntas y recogidas, haciendo inevitable que su minifalda dejara al descubierto sus hermosos glúteos, remarcados si cabe por la terminación de sus medias. Ramón con tal paisaje maravilloso e inesperado, intentaba educadamente no dirigir su mirada ante la joven.

Ambos estaban en silencio, intercambiando sus miradas de cuando en cuando, con muecas que iban destensando tal esperpéntico momento. El agobio empezó a hacer mella en ambos, Paula intentó cambiar algo la posición, porque se le dormía un pie, y fue moverse y pasar su mano por la entrepierna de Ramón, el cual acaba de ver todo el monte de venus de la hija de su jefe. Su miembro se disparó como un cohete, haciendo inevitable la montaña en sus pantalones. Por su mente pasó en un instante recuerdos que había almacenado como oro en paño de ella: las primeras fiestas de empresa, donde en más de una ocasión se arrimaron rozando los umbrales de algo más que amistad, otro momento en la que se la encontró en su piscina comunitaria con un bikinazo de infarto, incluso una reunión de trabajo en su despacho en la que casi por descuido acabaron rozándose estudiando los dos el mismo informe.

Al principio Ramón trató de disimularlo, tapando parcialmente con una mano el bulto. Pero para colmo de males le entró un picor en la nariz, y no tuvo más remedio que dejar al descubierto la más que evidente erección:

-Joder Ramón - Paula automáticamente no pudo reprimir una expresión de asombro, atónita no podía creer lo que veía ante sí.

Ramón era un poema. Ya no sabía dónde mirar ni meterse. Estaba totalmente aprisionado y su cara de agobio lo decía todo.

Paula se estaba haciendo a la idea de que el galán Ramón sentía algo muy fuerte por ella para tener tal reacción. Esto le daba un morbazo impresionante, reflejado por momentos en la manera en que comenzaba a morderse la comisura de sus labios. Aun así. ella prefirió por el momento hacer un papel de mujer inocente:

-¿Estás bien Ramón? - susurró, consciente aún del riesgo de la inspección.

El adjunto no sabía dónde meterse. Su cara pálida, había pasado del rojo por la vergüenza, al amarillo por el ridículo. Se encontraba indefenso ante su musa, por la que él había suspirado tantas y tantas veces, ahora la situación le estaba jugando una mala pasada.

Ramón trató de hablar, pero sólo emitió balbuceos inconexos. La situación se le estaba yendo de las manos por completo. Ante tal ridículo decidió cerrar los ojos y tragar saliva.

Paula de nuevo, con una mirada condescendiente trató de calmarlo como pudo:

-Tranquilo Ramón, sabes que puedes confiar en mi- le susurró. Luego trató de posar su mano de forma leve por su rodilla, pero sin quererlo se topó un poco más arriba con otra cosa más dura y erecta.

-Madre mía chico, sí que estás duro, - dijo ya sin remilgos comenzando a masajear el bulto suavemente.

-Ohhhh Dios mío Paula - logró susurrar Ramón el cual estaba disfrutando uno de sus más salvajes sueños.

Tras un instante de suave fricción, Paula dio el primer paso y sin miedo ya a chocar ni rozarse se incorporó poniéndose de rodillas, dándose un leve golpe con la mesa, tras lo que Ramón preocupado se acercó besándola cariñosamente en la zona dañada. Ambos se miraron y tras sonreír por lo absurdo de todo lo que estaba aconteciendo unieron sus bocas, y fueron poco a poco incorporando sus lenguas de manera ardiente y lasciva.

Paula se encontraba encima del adjunto, restregando sus pechos y muslos en lento pero intenso roce. Las manos de Ramón fueron palpando sus glúteos, aprisionados en esa minifalda ajustada, que fue subiendo mientras se seguían besando.

Empotrado sobre uno de los lados de la mesa de su jefe, Ramón por un momento tuvo la sensación de que la madera cedería a la presión que estaba ejerciendo con ese apasionado movimiento. Paula entonces, con un virtuosismo impropio, consiguió desabrocharse los primeros botones de la blusa, dejando entrever su elegante sujetador blanco con florecilllas estampadas. Ramón pudo deleitarse con tan ansiada visión, casi podía vislumbrar parte de los pezones de la hija de su jefe, la cual no paraba de besar su boca. Ella dio un paso más y deslizó su mano por debajo de su cintura, masajeando el enorme bulto que el adjunto había desarrollado.

Justo cuando Paula iba a bajar su cremallera y palpar el duro miembro, fue abruptamente interrumpida por el ruido de la puerta. Era su padre:

-Bueno, al fin se acabó, ya se ha ido esa zorra de inspectora, podéis salir chicos.

Ramón fue el primero en salir, aunque totalmente excitado por lo que acababa de acontecer, pudo recomponerse a duras penas. Paula aprovechó esos leves segundos para ataviarse de nuevo, y que su padre no sospechara nada.

-Siento el mal rato que habéis pasado, - continuó el gerente-espero que no tenga que repetirse y pronto volváis a la normalidad. Anda chicos, podéis iros ya a casa.

-Vale papá, tengo que repasar unos números con Ramón en mi despacho antes, ¿Te importa venir ahora Ramón?

-Claro Paula, tenemos que ver algunos detalles con detenimiento. - y con esta respuesta cómplice se dirigieron los dos al despacho, con el ánimo de no ser interrumpidos por un prolongado tiempo.


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