CUENTOS BREVES (del manual de la masturbación) (23)
Por Eunoia
Enviado el 11/04/2025, clasificado en Adultos / eróticos
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CUENTOS BREVES
(del manual de la masturbación)
(23)
GLADYS (III)
Abrí la carne. En contraste con la piel más oscura de los labios, el interior del túnel vaginal aparecía muy rosado, cubierto de fluido sexual. Recorrí la hendidura de aquella carne y descubrí el clítoris, sorprendentemente grueso, violáceo, como un pequeño glande que sobresalía. Lo acaricié con la yema del dedo: estaba durísimo. Jugué con él y luego me aboqué para lamerlo y sorberlo entre mis labios. Gladys comenzó a gemir tan sonoramente que paré para pedirle que se contuviera.
Continué mamándole el coño hasta que me aprisionó la cabeza entre los muslos y dejó escapar una incontenible tormenta de jadeos y gemidos. Yo, completamente presa de la furia de la excitación, seguía comiendo aquel órgano del placer de Gladys, y continúe hasta que dejó de brincar entre mis labios y cesaron los espasmos. Ella se incorporó y bajó de la mesa, se arrodilló frente a mí, agarró mi polla y se la metió dentro de la boca. Su cabeza giraba a uno y otro lado mientras me hacía una mamada que nunca olvidaré. Se la metía y la sacaba, me mostraba su saliva en toda la tranca, jugaba con mi capullo, le daba vueltas y la saliva espumeaba entre sus dedos... Ahora era yo quien gemía desesperadamente. Gladys se la introdujo de nuevo entre los labios. Se escuchaban perfectamente sus lametones y chupeteos... Siguió hasta que me corrí repentinamente. Mi polla golpeaba su paladar, su lengua... mientras la leche brotaba a borbotones, a sacudidas calientes dentro de la cálida cueva de la boca succionante. Gladys abrió la boca y me mostró su lengua cubierta de la película láctea de mi semen, guiñó un ojo y levantó el cuello para que viera cómo tragaba todo el esperma. Después relamió toda mi polla y volvió a tragar. Cuando terminó pasó la lengua por sus labios sensualmente.
Los dos nos miramos, completamente satisfechos, con una prometedora sonrisa. Los ojos verdes de Gladys refulgían..., no sé si los míos podrían reflejar toda la pasión del placer que me había hecho sentir aquella mujer con la que quería fundirme en cuerpo y alma. Y... de repente vi a Rosalía en el vano de la puerta... La sangre se heló en mis venas y mis piernas parecían no poder sostenerme. Nos habíamos descuidado y Rosalía había vuelto de su descanso en el jardín. Yo estaba azorado y confuso. Su tía y yo seguíamos desnudos, sentados sobre la cama donde se habían desarrollado nuestros juegos amatorios. Notaba el arrebol en mis mejillas y no podía articular palabra. Los dos intercambiamos miradas, hasta que Gladys, sin inmutarse, ante la embarazosa situación, se cubrió parsimoniosamente con el albornoz granate. Rosalía permanecía apoyada en el quicio de la puerta; ella quien rompió el hielo: «¿Desde cuándo estás ahí?».
«Lo suficiente», fue su respuesta. Tenía la mirada fija en mí. Sus labios estaban fruncidos en una indefinible mueca. «Yo... », conseguir articular «Tendría que haber...». «Está todo claro, Samuel», dijo. «¿Qué es lo que no funciona?». Yo, incómodo, me levanté y fui a ponerme el short, que estaba tirado a los pies de la cama. Y ocurrió algo inesperado: Rosalía se acercó y me levantó la cabeza, me frotó los cabellos y desarmándome por completo añadió: «¿Has disfrutado?». Gladys enlazó el cinturón del albornoz sobre su cintura y permaneció callada, observando la extraña escena, impensable un día antes, cuando ella me sedujo y yo respondí a su irresistible sensualidad madura.
Luego, Rosalía me impidió subir el short y dijo: «Ahora quiero que me lo hagas a mí». Yo balbuceé; «Hacer... qué». La cara de Rosalía no expresaba enfado, incluso un pliegue del lado izquierdo de su boca parecía transmitir mofa. Y se acercó a la cama mostrando graciosamente la punta de su rosada lengüita. Vi como Gladys se dirigía a la puerta con paso sigiloso, pero Rosalía la detuvo: «No..., quiero que tú estés presente. La idea me excita mucho. Os he visto y me he puesto cachonda». Se volvió a mí y dijo: «Lo que le hiciste a ella, bobo». Bajó la elástica de la parte de abajo del bikini, mostrando su sexo rasurado, si piel clara por debajo de la línea del bronceado, el abultamiento de la cervecita del clítoris, la hendidura de la entrada vaginal. Me invadió un ansia de tocar y acariciar aquella rajita cerrada y repetir la mamada de su coño, como acababa de hacer con Gladys. Imaginar que ella, su tía, estuviera viéndonos tener una sesión sexual, exhibirnos ante ella, que si sobrina se corriera, que tuviera un orgasmo sonoro con su tía como voyeur me puso a tope y mi polla se me enderezó otra vez.
Gladys se volvió. Una de sus piernas reposaba en el marco, el albornoz dejaba ver por entre medio su pantorrilla y su muslo, desnudo casi hasta la ingle.
Sentí cierta conmoción, porque el día anterior, cuando Gladys y yo nos dejamos llevar por el ardor y el arrebato, en un pensamiento asombrosamente parecido a las palabras de Rosalía, llegué a pensar una cosa rarísima: que me hubiera gustado que ella hubiera estado presente, mirándonos mientras follábamos; que viera cómo lo hacía con su tía, tal vez follar con las dos, ver cómo era el sexo en trío. Ahora se me presentaba la ocasión para vivir una experiencia particularmente libidinosa.
Gladys y yo nos miramos. Ella sacó la lengua de manera excitantemente sexual y bordeó sus labios, haciéndome un lascivo guiño, en promesa de nuevas sensaciones entre ella y yo..., acompañados de Rosalía, con la que íbamos a gozar sexualmente de lo prohibido.
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