- Juan, ¿Y el niño?- de las miles de veces que había oído esa pregunta nunca sintió un escalofrío similar como el que acababa experimentar tras ese golpe de interrogación.
La cara de Juan por momentos iba desdibujándose,...aún confiado en que hubiera ido a jugar a las escaleras mecánicas que tan cerca estaban de la mesa del restaurante donde estaban compartiendo espacio con otras dos familias, se levantó sin demasiada precipitación.
-Juan, ¿el niño? - ahora la garganta se le estaba anudando...
En efecto, no estaba en la escalera más próxima, ¿habría cogido la que ascendía a la terraza del centro comercial?- pensaba dubitativo.
Sólo había sido un minuto, quizás ni eso, el tiempo que estaba dedicando a aclararle a su amigo qué móvil era el que había regalado a su mujer,... ni cuarenta segundos. Su hijo ya no estaba allí. No estaba en la escalera próxima, ni en la que subía a la terraza, ni en ninguno de los dos ascensores transparentes. Ni rastro alrededor.
Como un gamo, casi sin sentir las piernas de la congoja, se apresuró a subir por las escaleras, saltando escalones de tres en tres. Tras apartar con un perdón casi imperceptible dirigido a una pareja que ocupaba todo el ancho de la escalera, llegó a encumbrar la planta de la terraza:
-¿A dónde habría ido? - se preguntaba, mirando a uno y otro lado de la escalera. Cualquiera de los sentidos ofrecía un panorama similar: terrazas de ocio con mucha gente disfrutando del sábado por la tarde, familias con niños, grupos de adolescentes, parejas, ...a cada segundo que pasaba la sensación es que su hijo se alejaba 1000 kilómetros más.
Se decidió por la izquierda, a toda prisa, creyó ver la figura de un niño de tamaño parecido, con el mismo jersey rojo bordado, pero al quedar a unos diez metros sus ilusiones se desvanecieron, al ver como un hombre grueso lo abrazaba y jugaba con él, tal y como él lo hacía con su peque de tres años.
Decisión infructuosa, volviendo sobre sus pies, Juan ahora era capaz de batir la plusmarca de los 100 metros lisos,...pero nada en el horizonte, o más bien todo, porque otra cosa no, pero gente había por todas las esquinas. Se topó de pronto con un guarda de seguridad:
-Perdone, no encuentro a mi hijo de tres años - dijo extasiado, agachándose posó sus manos en sus rodillas flexionadas mientras trataba de respirar profundo.
-Buenas caballero, tranquilícese- con voz calmada, y temple en sus gestos, el guarda trataba de serenar al trapo hecho hombre, roto física y psicológicamente.- ¿Hace cuánto ha desaparecido?
-No sé exactamente, de tres a cinco minutos, creo.- balbuceó haciendo un gesto de mirarse el reloj, como si la hora fuera a darle con precisión dicha respuesta.
-Caballero, aún es pronto para precipitarse, ¿No andará escondido por alguno de los aseos?, ¿Quizás esté metido en algún fotomatón próximo?-el pasmo con el que planteó estas cuestiones terminó de exasperar a Juan.
-¡Oiga, le digo que mi hijo ha desaparecido! ¡Se lo han llevado! - el tono ya no era suave ni cansado, era más bien desesperado, ya que en el fondo él mismo empezaba a creer que era absurdo perder más el tiempo con el guarda. Algo le decía que su hijo había sido raptado y se le estaba escapando a cada milésima de segundo.
El ademán del guarda de agarrar a Juan fue abruptamente interrumpido por un agónico grito que se oyó desde el piso inferior:
-¡Por el amor de Dios cierren las puertas del centro! ¡Se llevan a mi hijo! - la mujer parecía poseída por una legión de demonios, llevando su desesperación al extremo.- ¡Juan, corre al puesto de seguridad y diles que cierren las puertas!, -le gritó desde el final de la escalera,...
El guarda ante tal espectáculo se ofreció a ir con Juan, en el ascensor hasta la planta baja, donde estaba el puesto de mando. Eran dos pisos, pero cada segundo de descenso fue para Juan como días en Guantánamo a pan y agua.
Finalmente llegaron al despacho central, donde el jefe de seguridad explicó antes de recibir petición alguna que no podía cerrar en ese momento las puertas debido al gran caos que podría originarse. No terminó la aclaración cuando Juan tuvo que ser agarrado por el grandullón que le había acompañado, debido a que ya iba a abalanzarse sobre el jefe y probablemente le hubiera echado una ó dos manos al cuello.
Expulsado del despacho, Juan era un manojo de nervios, totalmente bloqueado, acertó a dirigirse hacia donde estaba su mujer. No llevaba andados ni 100 metros cuando de repente anunciaron por megafonía el cierre provisional del centro. Pero la sorpresa mayúscula que le aguardaba al llegar al gran patio de la planta baja era la gota que colmó el vaso de su locura: vio a una mujer suspendida sobre la barandilla del segundo piso, que no paraba de gritar y patalear al aire. En efecto era su mujer, totalmente fuera de sí, amenazando con tirarse si no cerraban las puertas.
Tres horas después, Juan se encontraba en la sala de espera de urgencias del hospital, acompañado por su suegra. Está hundido con la cabeza casi entre las piernas, no habla ni mira a nadie, sólo espera.
Suena su móvil:
-¿Sí?
- ¿Es usted Juan Monsalvete?
-¿Quién es usted?
-Oiga, pregunto por el huevazos que ha perdido a su hijo, ¿es usted?
Juan automáticamente colgó. Volvieron a llamarle, pero no respondió.
-¿Quién te llama Juan?-preguntó su suegra, al mismo tiempo que sonó su móvil.- ¿Sí?
-Señora García, páseme con su yerno por favor, soy el Inspector Jorge Carrasco, tenemos que hablar con él.
Con cara de estupefacción le pasó el móvil a Juan:
-¡Monsalvete, pásese por comisaría urgentemente! Es concerniente a la desaparición de su hijo.
En menos de 20 minutos, Juan se encontraba en el despacho del inspector:
-¿Cómo se encuentra su mujer Juan?
-¿Usted qué diablos cree? - la paciencia de Juan, que no era poca normalmente, ya no soportaba un desdén más, y elevando el tono prosiguió- se la han llevado al hospital con camisa de fuerza y sedándola, habiendo perdido a su hijo previamente, así que, ¿A qué viene su puta pregunta?
- Viene a que el numerito que ella ha montado en el centro comercial ha salvado la vida de su hijo.
Terminó de decir la frase cuando una agente entró llevando en brazos a su hijo, profundamente dormido, con el pelo rapado y teñido, y una marca en una de las muñecas.
- El tipo encargado de secuestrarlo se asustaría con el espectáculo de cierre de puertas y no pudo sacar del centro a su hijo, al que ya había preparado y sedado para entregarlo a una mafia. Lo hemos encontrado en un contenedor de mantelería en el segundo sótano, sedado y amordazado.
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