RETRATO IMPRESIONISTA, 1.0
Por Eunoia
Enviado el 16/03/2025, clasificado en Varios / otros
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RETRATO IMPRESIONISTA, 1.0
Acabamos de tomar nuestro vermut y Martina quiso caminar por la orilla de la playa. La imité cuando se subió las perneras del pantalón hasta poco más abajo de las rodillas, para que las espumeantes olas no lo mojaran.
Caminábamos sobre la fresca y húmeda arena hacia el restaurante, donde habíamos reservado mesa para comer sardinas y calamares a la plancha.
"Somos navegantes sin destino, Lali", me dijo mirando hacia el horizonte azul. Vino una ola más fuerte que hizo que perdiéramos el equilibrio un instante. Me cogió de la mano y dijo: "Ni brújula, ni carta de navegación, ni velas; al final, es el mar el que manda".
“Es bueno tener objetivos, Martina; da sentido a la existencia. Las cosas que hacemos, las hacemos por razones, por un propósito, con un deseo; de lo contrario, seríamos como plantas o piedras".
"Lo que quiero decir, es que concedemos tanta importancia a nuestra voluntad, que olvidamos la fuerza de los factores exteriores. De ahí viene la frustración y la infelicidad, Lali. Las diosas verdaderas, las fuerzas naturales, se burlan de nosotras y de nuestros planes y cálculos. El encadenamiento de causas y efectos, su transmutación, la transposición de unas y otros son el resultado de múltiples condiciones que crean, a su vez, condicionantes. Eso quiero decir".
Caminábamos con dificultad, porque había olas que parecían suaves y sin embargo nos hacían perder pie en la granulosa arena mediterránea. Me recordaba al modo de caminar que tienen las niñas y los niños, inseguros, tambaleantes, graciosos.
Miré nuestros pies, lamidos por las burbujas que vivían una parte de un segundo y estallaban, convertidas en salpicaduras casi inapreciables, en diminuta energía liberada. Sobre la arena, besada nuestra piel por el aire templado de junio, observaba las similitudes y diferencias de nuestros pies, de nuestros dedos; también de distinto tamaño y grosor... y, sin embargo, acompasados en la misma dirección, dejando un segundo nuestras huellas en la arena, que las olas incesantes y parsimoniosas borrarían en seguida. Me sentí feliz, así, simplemente, sintiendo el calor de la palma de la mano de Lali en la mía. Íbamos hacia el chiringuito de toldo con bandas blancas y azules del final del paseo, cerca del rompeolas rumoroso, donde acompañaríamos de una cerveza fría las olorosas sardinas y los calamares, pero a mí ya no me importaba más que el sendero zigzagueante que dejaban escrito en la arena nuestros pies acompasados.
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