Maldito peluquero

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El despertador sonó a las nueve, pero Julia ya estaba en movimiento. Con la destreza de quien ha hecho esto mil veces, se levantó de la cama, esquivó el montón de ropa de la silla y fue directa al baño. Daniel, su esposo, entreabrió un ojo y la siguió con la mirada, frunciendo el ceño como si tuviera una revelación trascendental.

—No me digas que vas a la peluquería otra vez… —murmuró, con la voz rasposa del sueño.

Julia, ya con el cepillo de dientes en la boca, le respondió con un murmullo ininteligible. Daniel suspiró y se sentó en la cama, como quien se prepara para una gran batalla.

—Amor, tu cabello está perfecto. ¡Inmaculado! Reluciente. Si fuera más hermoso, los pájaros empezarían a anidar en él. De verdad, no necesitas ir.

Julia se enjuagó la boca y lo miró con una ceja arqueada.

—No empieces, Dani. Sabes que tengo cita con Erik a las diez.

Daniel dejó caer la cabeza en la almohada con un quejido teatral.

—¡Oh, claro! Erik. El mago de las tijeras. El encantador de melenas. Ese hombre que acaricia los cabellos ajenos con una devoción que no se ve ni en las películas románticas.

Julia soltó una risa breve mientras buscaba su vestido.

—No seas ridículo. Erik es un profesional.

—¡Profesionalmente seductor, quizá! —replicó Daniel, incorporándose rápidamente—. A ver, dime la verdad, ¿es necesario ir HOY? ¡Es sábado! Podemos hacer algo juntos. Ir al mercado, pasear, adoptar un perro, aprender a tocar el acordeón, lo que quieras. ¡Pero no vayas con Erik!

Julia se abrochó el vestido y, con una sonrisa traviesa, se acercó a él.

—Cariño, mi cabello necesita un corte urgente. Erik es el mejor. No hay nadie como él.

Daniel puso los ojos en blanco y luego, en un intento desesperado, se inclinó hacia ella con su mejor expresión seductora.

—Bueno, tal vez no sea un peluquero, pero tengo mis talentos… —murmuró, deslizando las manos por su cintura—. Y te aseguro que lo que yo hago con mis manos supera cualquier corte de pelo.

Julia ladeó la cabeza, evaluándolo con una sonrisa divertida.

—Dani, eso lo dices ahora porque te pones celoso. Pero el otro día tardaste media hora en desenredar los cables del televisor. No me imagino lo que harías con unas tijeras.

Daniel se llevó una mano al pecho, fingiendo estar herido.

—¡Eso fue una situación compleja! Había nudos imposibles. Pero contigo, amor, todo fluye… —dijo, acercándose más, con un guiño.

Julia lo miró con ternura y luego besó su frente.

—Vuelvo en un par de horas. Podemos almorzar juntos, si quieres.

Daniel se desplomó dramáticamente en la cama.

—Si sigues yendo a ver a Erik, un día me verás con un peluquín rubio y sabrás que es por culpa tuya.

Julia soltó una carcajada antes de salir del dormitorio con paso seguro. La puerta se cerró con suavidad y el eco de sus tacones en el suelo de madera se perdió en el pasillo.

Daniel suspiró largamente y miró al techo pensando para sí:

-Maldito peluquero.

 


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