LOS ESPECTROS

                       LOS ESPECTROS



   Skopje ya debía haber sido reducido a cenizas, pensó Jan. El último relevo, antes de dispersarse, contaba el horror de las columnas acabadas en cabezas de medusa que se expandían, el ruido atronador y luego el silencio absoluto e hiriente, el reconocimiento del triunfo de la muerte y de la nada.
¿Por qué? ¿Quiénes?
Jan escuchó un sonido de ramas quebradas y de los pasos con tacos. El zorzal dejó de trinar. Se cubrió la cabra con la capucha marrón y sujetó con fuerza el fusil de asalto.
Ahora no existían redes ni Internet; todo había sido censurado. Los correos dejaron de funcionar, el apagón informativo era total; no había plataformas ni aplicaciones, las comunicaciones estaban absolutamente bloqueadas, inutilizadas. Soledad y vacío.
¿Por qué? ¿Para qué?
Aunque antes Jan que había sentido interés por la cultura y la historia había visto cómo fue las otras veces, muchos decenios atrás, un siglo, más de un siglo. Ésta era muy parecida a la otra; no a la anterior, sino a la primera. Pero ahora no había líneas fijas; no había trincheras, ni líneas defensivas, ni acciones de asalto; pero si había muertos y mutilados, padecimientos, hambre, desconsuelo, la tristeza de la separación, la angustia de no saber de los seres queridos...
¿Quién? ¿Por qué? ¿Para qué?
Les habían dicho que estaban amenazados. Les habían dicho que tenían que preparar para defenderse. Les habían impuesto cañones contra mantequilla.
Pero, esta guerra era diferente, pero igual: una guerra. Con víctimas, pérdidas materiales cuantiosas, destrucción, violaciones, hambre, miseria, sufrimientos. Y era diferente, a la vez. Las unidades habían sido dispersadas; cada soldado estaba solo, desamparado, abandonado a su propio instinto de supervivencia, con un objetivo prefijado que se iba actualizando mediante las señales luminosas de los drones. Era una guerra controlada por los drones, silenciosos, invisibles, instantáneos, letales, baratos. Los mandos, oficiales, tropas... eran como los drones, invisibles. Se oían los bombardeos y se veían las columnas de humo, los fuegos; se escuchaban los bramidos aterradores; los días transcurrían mirando al cielo, siguiendo las señales luminosas de aquellos robots de muerte, aquellos asesinos implacables, sin corazón, guiados por quien sabe qué o quiénes en oleadas inmensas.
¿Por qué? ¿Quién? ¿Para qué?
Jan volvió a escuchar los sonidos. Esta vez más cerca. Captó una sombra; después vio la forma, lenta, pausada, cercana y amenazadora. Levantó el fusil de asalto y apuntó. Su objetivo estaba a unos treinta metros. Colocó el dedo en el gatillo y cálculo los movimientos de su anónimo enemigo, un desconocido, como él, como todos los que habían sido conducidos al frente, por los que no habían pisado la tierra y el barro, no se habían mojado bajo las lluvias y tormentas, no habían pasado calor asfixiante, sed, hambre, diarreas, vómitos, heladas, granizo..., miedo.
Inesperadamente oyó otro ruido detrás de él. Instintivamente se hundió en el polvo del suelo y comenzó a girar el cuello...

El día acabó siendo tragado por la penumbra indefectiblemente. Los topos salieron nerviosos moviendo los hociquillos rosados, con su aspecto míope y zigzagueante. El más pequeño encontró el cuerpo ya frío del hombre y caminó por el pecho rígido. Sus patitas rosadas, sus uñitas resbalaron sobre la chapa del hombre muerto, sin poder entender los caracteres grabados en ella, para el topito el nombre de Jan Guerasmicj, #98608, no tenía más significado que el que tenía para el Alto Mando Militar: un simple cuerpo, una baja militar de la guerra.