Silencios: Evento 5

Del Libro de las Voces Silentes: Epílogo

En el ataúd de negro ébano yace allá la Muerte, entre espesas sombras, marcando ahora en su cara la cruzada mueca de su extraña suerte. La tétrica sala no admite siquiera el mínimo paso de un rayo de luz; techo de granito, paredes de bronce y un suelo de ígneo basalto cubierto de un manto espantoso de reptantes culebras, silbantes, nerviosas, sacando con odio sus bífidas lenguas… Al lado del féretro, un fantasmal corifeo de aspecto osco y tenebroso dirige enfáticamente el condenado llanto de mil almas plañideras que se contorsionan y mezclan sin recato alguno entre los vapores de sus infectos espíritus ejecutando entre sí un asexuado y voluptuoso juego de horrendas convulsiones.

La Muerte fenece rindiendo su último adiós al Hombre, y éste, alegre, lleno de torpe y vana esperanza en inalcanzables futuros de existencia eterna, el pobre ignorante, no entiende que será el siguiente en dejar de “Ser”…

La Vida enviuda y ahora prepara con muy poco tiempo su propia yacija; siempre ha sabido que ambas son Una de una doble cara, un binomio simple con un resultado… Es así de claro, si la Muerte vive la Vida no muere. Ambas son monomios de una sola suerte.

¿Qué es de la Vida si la Muerte muere, estúpido Hombre…? Quisiste alcanzar el poder, todas las riquezas, la existencia eterna en un juego absurdo cuyos riesgos nunca quisiste entender…

Frenan los planetas, se ciegan los astros y el Sol se distiende… Apaga el firmamento sus cóncavas puertas… Cierran ya sus grifos de luz las estrellas…

Ya llegó el momento…

La Muerte ya ha muerto, la Vida no existe…

Al fin se despide de una Tierra inerte…

Y el Vacío Inmenso queda entre tinieblas.