Nos conocimos entre comentarios y lecturas compartidas. Al principio, el sonido de nuestras voces era torpe, cómo si buscáramos el compás de nuestra amistad con cada nota; pero poco a poco cada encuentro, se convertía en una nueva melodía.
Nuestras virtudes y defectos, al principio extrañas y desconcertantes, comenzaron a entenderse como nosotros. Los silencios eran cómodos, como si no hiciera falta hablar para saber lo que el otro pensaba o sentía.
Empezamos a crear melodías juntos, espontaneas, que no eran perfectas, pero tenían algo que solo nosotros podíamos comprender: una armonía que no se lograba con técnica, sino con complicidad. En cada acorde diario, nos conocíamos más; en cada ritmo improvisado nuestra amistad crecía.
No importa cuántos tropiezos demos en el camino, porque ambos sabemos que siempre habrá un lugar para seguir y que todo permanecerá por siempre en los recuerdos.
Y así, entre risas, notas y días lluviosos, seguimos escribiendo nuestra propia canción, una sin final, que habla de lo que somos cuando componemos una melodía juntos.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales