Me gusta cuando sonríes
y no es una sonrisa forzada, ni nerviosa, ni de circunstancias,
sino esa alegría cierta que, como el brillante sol,
es serena, natural y relajada,
levemente dibujada en los tiernos labios,
radiante en el rostro
e hipnótica en la calidez de la mirada.
Verte así es como abrir la ventana en verano y sentir la brisa,
caminar descalzo sobre la hierba recién cortada,
adentrarse en el bosque en primavera
o descubrir el mar tras una alta duna;
reconfortante, agradable, pura magia, en definitiva.
En tu gesto se adivina por fin la calma,
conseguir un respiro tras la lucha diaria
dejando al menos atrás, por un momento, pesadas cargas.
Por eso, y aún en la distancia, me alegro tanto,
porque sé lo mucho que te mereces este momento
en que las cosas por fin encarrilan,
en que la ilusión te toma de la mano para contemplar el arco iris
y por fin hay paz, donde antes reinaba el sufrimiento.
Me congratulo de tu felicidad
pues creo que es muy hermoso,
contemplar como a quien te importa,
la vida, tantas veces esquiva, decidió ponérsele al fin de cara.
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