EL MUNDO DE ABEL

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                   EL MUNDO DE ABEL

     Abel descubrió un mundo maravilloso en el bachillerato. En la pausa del bocadillo, en el terrado del colegio religioso de la Travesera de Les Corts, lejos del centro de la zona de recreo, donde algunos compañeros de alumnado corrían detrás de un balón esquivo, había un pequeño núcleo que intercambia portadas de unos libros de historietas. Historias fascinantes de ese mundo extraño para él, chico de barriada recién ascendido socialmente. Eran nombres fascinantes: Spider, Kelly ojo mágico, Namor, y luego todo el universo Marvel, que editaba aquí la Editorial Vértice.
Uno de los chicos le pasó el libro de tapa dura de cartón con cubierta a todo color de aquellas aventuras de héroes y malvados, algunos con curiosa y desconcertante doblez de carácter y comportamiento. El tacto de las rugosas páginas pulp en blanco y negro, el olor de la tinta y el papel... Sus ojos corrían sobre las viñetas; voraz leía los globos de texto, los bocadillos de los distintos personajes, la introducción a los capítulos y los comentarios anexos a las viñetas. Devolvió el volumen deseando hacerse con uno o más de uno propio; ahora el secreto de aquel cosmos fantástico se había desvelado: conocía los nombres, los editores, los llamativos caracteres de las cubiertas y los personajes.
Abel regresó a su casa aquella tarde con el corazón palpitante y con el desenfreno del enamorado. Rebuscó entre sus pequeños ahorros y se lanzó escaleras abajo en dirección al quiosco de la avenida de Madrid, y allí, ¡Oh, maravilla antes desconocida, en un expositor vertical descubrió diez o veinte volumenes de aquellas historietas fabulosas: Capitán Marvel, Los vengadores, Los cuatro fantásticos, Capitán América, Spiderman, Dan Defensor... Escogió un par al azar y regresó con su tesoro a la casa donde vivía con sus padres. Ahora él tenía un paraíso personal, un espacio donde los reproches, las burlas y las humillaciones no le podían alcanzar. Ese mundo sería su refugio durante los últimos años de su niñez, y ahora lo recordaba con una sonrisa inocente, lamentando no poder abrir un baúl grande donde pudiera reencontrarse con aquellos amigos de la infancia, que fueron tanto más su vida que la vida real en que vivió antes de hacerse con las riendas de su existencia y su futuro.

Para M. G.


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