El MAL ES ANODINO

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A principio de los años 60 del siglo pasado, Israel consiguió capturar a un tal Echman que había sido un oscuro funcionario del régimen nazi y al que se le sometió a un juicio sumarísimo por haber colaborado en el asesinato de un gran número de judios en las cámaras de gas que había en los Campos de Concentración; en consecuencia fue condenado a morir en la horca.

Como es de suponer, y es compensible que así fuera, todo el mundo estaba convencido que aquel sujeto era el mismo diablo en persona, el cual se había solazado practicando aquellos horribles crímenes contra la humanidad.

A dicho juicio fue invitada una mujer mitad judía y mitad alemana llamada Hanna Aredent que era una brillante profesora de Filosofía en una Universidad de su país para que escribiese unos artículos dando su opinión del caso para un periódico de su lugar de origen; quien a su vez también había sufrido malos tratos y vejaciones en un Campo de Concentración nazi.

Sin embargo ella llevada por el amor a la intrínsica verdad de las cosas y sobre todo del ser humano en particular al margen de las apariencias y de los juicios preconcebidos, quiso profundizar en los ocultos motivos que le habían inducido al acusado a acometer tales atrocidades.

Para su sorpresa, aquella pensadora tras haber tenido una entrevista con aquel hombre se percató enseguida que éste era un ser totalmente anodino; era un tipo incapaz de saber matizar de ahondar en cualquier situación. Esto es. La profesora se apercibió cómo un sistema de poder político puede trivializar el exterminio de seres humanos cuando se realiza por un procedimiento burocrático, ejecutado por funcionarios que son incapaces de pensar, de reflexionar en las consecuencias tanto éticas como morales de sus semejantes, como era el mismo Echman. Pues éste en el juicio se defendió diciendo que él sólo se limitaba a cumplir órdenes sin cuestionarse nada. Y a esta pasmosa actitud en la que sin duda entra en juego el temor reverencial del sujeto hacia la autoridad, la pensadora Hanna Aredent la llamó LA BANALIDAD DEL  MAL.

Era precisamente esta vaciedad anímica del acusado Echman y de tantos otros el terreno abonado para que las tiranías de cualquier color que sean se aprovechen de la situación de un país, o del mundo, y son por tanto las que generan el terror y el desastre en una soiedad anulando su razón de ser mediante la tortura y el asesinato, dado que estos tipos oscuros pero que en esencia son tan narcisistas como xenófogos sienten una ciega  envidia de las personas lúcidas. Pues según el punto de vista de estos personajillos, el sentido de la dignidad de un ser humano que sea diferente a ellos no existe y es pura fantasía; o es un ser inferior.

Quizás se me diga que soy pesimista, pero yo no creo que a nivel personal el hombre aprende de sus errores. Más bien pienso lo contrario. Que éste siempre tropieza con la misma piedra. En nuestra actualidad se ha confundido el progreso  técnológico por la evolución personal, cuando son dos cosas distintas. Todos sabemos que puede haber un genio de la tecnología pero que a la vez puede ser un tipo desalmado que nos puede llevar por el camino de la amagura. Pues la tecnología no deja de ser una herramienta que está manejada por una intención humana sea buena o mala. Pienso que hemos caído en una enfermiza frivolidad social auspicida por los medios de comunicación, que eclipsa a la capacidad de reflexionar sobre cualquier cuestión; por lo que una vez más en aras del tópico "libertad de expresión" damos alas a los sujetos tan oscuros y mediocres como Echman y a lo que  éste puede comportar.

Es por tanto importante que nos acostumbremos a preguntar el "por qué" de las cosas, del mundo que nos rodea como hizo Hanna Aredent, y tratar de razonar lo máximo que se pueda por nosotros mismos, lejos de las cómodas frases hechas; de los dogmas de lo políticamente correcto que sólo beneficia a unos pocos quienes quieren que el resto de la población seamos borregos y asi dominarnos mejor, pero que en definitiva no nos llevan a ninguna parte.

                                             FRANCISCO MIRALLES PÉREZ


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