LOS CONTRASTES COMPLEMENTARIOS

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   LOS CONTRASTES COMPLEMENTARIOS


Esta noche de agosto estoy rendido, Amelia. ¿Cómo te va por aquellos lares? ¿Fuiste a ver la ópera recién estrenada de Jonas Althembersie?
Ya me contarás.
Estaba en el balcón hace un momento. Por debajo pasaron José Luis y Mari. Llevaban el mismo paso, cogidos de la mano. Él llevaba un pantalón corto y calzaba sandalias; ella un vestido azul claro y zapatos. Entonces me acordé de una conversación que tuvimos. Fue así, más o menos, según ahora la recuerdo.

   —Lo ves..., cualquiera —Te reafirmaste con un sonrojo que entonces no alcancé a comprender.
Y los dos nos echamos a reír.
Estábamos sentados bajo los soportales, en el café Honduras, y combatíamos el asfixiante calor de agosto con un gran vaso de limonada. La jarra refulgía por el destello de los cubitos de hielo, que recibían el reflejo del parabrisas de un automóvil estacionado frente a nosotros.
Miré tus mejillas coloradas y, entonces, pensé que era por el calor.
—¿Te sirvo otro vaso?
—Ajá —dijiste—. Lo llené hasta el borde y añadí un poco del refrescante líquido en mi propio vaso. Te confieso que en ese momento reposé mi mirada en tu blusa; me recreé atisbando aviesamente por los espacios acanalados entre los botones. De repente interrumpiste mi distracción.— Fíjate en Carlos y Herminia —dijiste. Yo me ruboricé al ver, o más bien intuir, que te habías dado cuenta de mi inspección de espía másculino. Te miré fijamente.— Son totalmente diferentes; y ya llevan siete años juntos.
Asentí y sorbí limonada.
—¿Y qué me dices de Paulina y Jorge..?
—Pero... —argüí— Ellos se casaron en seguida... Al año de salir juntos. Estaban muy enamorados, Amelia.
—Son como el día y la noche, Pablo —dijiste.
Cavilé un momento y pensé que los ejemplos eran sencillamente irrefutables.
—¿Y éstos? —Me miraste señalando con la cabeza una pareja que cruzaba hacia la otra parte de la plaza. Ella era alta, morena; vestía muy juvenil, con el cabello largo y rubio; él, por contra, era bajito y grueso, calvo y, verdaderamente, no pegaba con ella por su manera anticuada de vestir; a pesar del intenso calor llevaba una americana a cuadros grises y amarillos. Me eché de nuevo a reir— ¡Lo ves! En el deseo amoroso, lo que impera son otras condiciones; no la sintonía, no la concepción de la "media naranja": la complementariedad reside en el contraste; aunque muchas veces, se produce un posterior acomodamiento de uno al otro o viceversa.
—En definitiva...
—En definitiva, como te decía, creo que cualquier mujer o cualquier hombre pueden estar con quien sea..., con cualquiera. La prueba es que cuando se produce una ruptura, la nueva pareja no se parece a la anterior.
Volví a llenar mi vaso de limonada y eché mano al cinismo cómico. A ver si lo recuerdas tú. Y te dije:
—En el caso de los hombres heterosexuales, Amelia, todo se reduce a la capacidad de cada uno para conseguir engañar a una mujer que nos soporte.
Y nos volvimos a reír a carcajadas.

Quería, ya ves, explicarte esa larga anécdota que me vino a la cabeza.
La oscuridad hizo que José Luis y Mari se fundieran con las sombras, y apenas quedaba un repicar de los zapatos de ella de camino de vuelta a su casa.

Te estrecho entre mis brazos, querida amiga.


                                           (Cartas a Amelia)


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