El Cuerpo de Pajilleras del Hospicio de San Juan de Dios de Málaga

En la Málaga de 1840, la guerra carlista había dejado una estela de sufrimiento en los cuerpos y almas de los soldados que regresaban del frente. Muchos de ellos llegaban al "Hospicio de San Juan de Dios", heridos, febriles, con la mirada perdida en el vacío de la guerra. Pero entre aquellos muros, existía un grupo de mujeres que habían recibido una misión especial: "el Cuerpo de Pajilleras".

Autorizadas por una dispensa eclesiástica poco conocida y con el respaldo discreto de las autoridades hospitalarias, estas mujeres tenían un propósito claro: aliviar el tormento de los combatientes con métodos inusuales, pero profundamente humanos. Para ellas, no era solo un acto de consuelo físico, sino un gesto de compasión, una forma de devolverles un momento de paz en medio de tanta desolación.

Luisa, una joven de mirada firme y corazón generoso, era una de las elegidas para esta tarea. Día tras día, recorría los pasillos del hospicio, ofreciendo palabras de alivio, gestos de ternura, y sí, un instante de escape en medio de la crudeza de la guerra. Los soldados que pasaban por sus manos no solo recuperaban fuerzas, sino que, por un breve momento, volvían a sentirse humanos. No eran solo cuerpos marcados por la guerra, sino hombres que, aunque efímeramente, recordaban lo que era vivir sin dolor.

El rumor sobre el Cuerpo de Pajilleras se extendió por las calles de Málaga. Algunos lo consideraban un acto de misericordia, otros lo veían como una herejía disfrazada de bondad. Pero más allá de las habladurías, Luisa y sus compañeras continuaron con su misión, en silencio, en la sombra, en el misterio.

Y así, con el paso de los años, la historia del Cuerpo de Pajilleras quedó oculta entre los pliegues del tiempo, envuelta en susurros y leyendas. Pero quienes conocieron su existencia, quienes sintieron su consuelo, jamás olvidaron el alivio que llevaron a aquellos que más lo necesitan.