¡Pobre diablo…! Ni siquiera te has parado un segundo en tomar otra vez la misma decisión y, cumpliendo el protocolo de todos esos días perdidos entre incógnitas, encaminas tus pasos en busca del veneno que colme el vacío de tu alma abandonada.
¡Pobre diablo…! La negrura de las dudas ha conseguido de nuevo envolverte con su manto protegiéndote contra el tibio aire de una felicidad tantas veces rechazada. La soledad cobró de tus bolsillos las últimas tres monedas de lucidez que te quedaban y ahora estás en franca bancarrota; aún no eres consciente del miserable estado en que ha conseguido postrarte de rodillas la diosa Cobardía, y ahora, sabedora de tu pronta rendición, se afana en absorber las últimas gotas de esa pobre humanidad que aún te resta.
¡Pobre diablo…! Caíste en la trampa, loco absurdo; mucho creerte fuerte e indomable, imbatible guerrero, tierno amante, padre amable, entonces juez y abogado defensor del inocente, insaciable castigador del injusto… ¡Y mírate ahora!… Ni siquiera sirves para dirigir tus pasos hasta esa trémula aureola de luz con la que la solitaria farola de la esperanza pretende asirse de tus manos para evitarte la caída al inframundo, la última quizás.
¡Pobre diablo…! Da traspiés, trastabilla de nuevo, dale ángulo a esos tobillos hasta que suenen sus huesos al chocar, ordena inútilmente a los dormidos músculos aguantar la digna vertical y agarra tu botella, empina el codo, loco ignorante, y sigue libando hasta ahogar en sus néctares de olvido el último bocado de autoestima que te queda al eco de las voces y esos llantos, ya lejanos, de quienes te vieron otrora espartano, justo y libre… y ahora hiciste desgraciados.
Pobre… Pobre… ¡Pobre diablo!
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