Cubito Luminoso

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El señor Antonio era un viejo amigo de la familia. Todas las tardes, después del trabajo, venía a nuestra casa con su sonrisa apacible y su energía inagotable. Le gustaba cuidar a los niños y contarles historias fascinantes sobre dioses con emociones humanas y seres venidos de otros mundos. Decía con orgullo que para él los misterios ya no existían, pues conocía el origen de todo y quién lo había diseñado.

Todos conocíamos sus relatos, aunque los considerábamos simples cuentos de fantasía. Sin embargo, comparados con las enseñanzas del catecismo, preferíamos con mucho las historias del señor Antonio a los sermones de don Mariano, el cura de la parroquia. No obstante, un día este último nos sorprendió al traer unas diapositivas en blanco y negro con imágenes impresionantes de la creación y los milagros de Jesús. Nos cautivaron por completo. Hay que decir que, en aquella época, la televisión era un lujo escaso, y cualquier atisbo de cine o proyección de imágenes resultaba un evento digno de atención.

Años después, cuando el señor Antonio dejó este mundo, mi abuelo lo siguió, ya en su vejez. Al repartir sus pertenencias entre la familia, descubrí en su casa una carpeta repleta de escritos de Antonio. Pedí quedármela y, esa misma noche, me sumergí en sus páginas.

 

Párrafo I

Lo que encontré me dejó atónito. Las historias que nos contaba de niños no eran meras invenciones; eran apenas esbozos de algo mucho más vasto y profundo, demasiado complejo para nuestras mentes juveniles.

Según sus escritos, su vida cambió tras un extraño accidente electromagnético que le permitió conectar mentalmente con una entidad que "habitaba" en nuestro sistema solar. Se trataba de un ser nacido de la fusión de toda una civilización. Su evolución había permitido que todo el conocimiento de su sociedad se concentrara en un solo individuo.

Este ser único viajaba por el universo en busca de sabiduría y utilizaba un soporte físico minúsculo para trasladarse: una nave de apenas un milímetro cúbico. Pero su verdadero poder residía en su capacidad de replicarse en miles de formas simultáneas, permitiéndole realizar cualquier tarea imaginable.

Llevaba millones de años en nuestro sistema solar, mucho antes de que la vida existiera. Fue él quien creó las condiciones propicias para su aparición y moldeó a dos seres a su imagen y semejanza, adaptándolos a las proporciones de su nuevo hogar. Les otorgó una conciencia de sí mismos y una percepción ineludible del tiempo. Además, diseñó un método especial para su multiplicación, permitiéndoles reproducirse y evolucionar. Su objetivo era simple pero colosal: observarlos y, a través de ellos, comprender la naturaleza del universo.

 

Párrafo II

El señor Antonio lo llamaba Cubito Luminoso. Esta entidad existía en una línea temporal distinta a la nuestra, aunque no estaba fuera del tiempo. Desde la Tierra podía percibirse como un punto brillante en el cielo, un astro errante que algunos identificaban como el mítico planeta Nibiru.

Para él, la luz, el movimiento y la forma eran manifestaciones del tiempo mismo. Su conciencia era la de millones de seres que, en algún punto de su historia, se habían fusionado en una mente colectiva. A ojos de su creación, esto le confería atributos divinos.

Cubito Luminoso intentó guiar a la humanidad para que alcanzara un estado similar al suyo. Sin embargo, no podía intervenir directamente en su evolución; solo podía proporcionar herramientas y dejarlos elegir su camino.

Pasaron millones de años y múltiples civilizaciones florecieron y desaparecieron, pero ninguna logró expandir su conciencia lo suficiente como para trascender. En todas ellas, la diversidad fue un factor clave: enriquecía la experiencia, pero también impedía alcanzar la unidad esencial que él buscaba.

Aun así, tenía grandes esperanzas en la humanidad actual. Aunque, percibía que desde sus inicios estaba influenciada por una subconciencia llena de engaño, caos y confusión. Esto le llevó a sospechar que podían estar siendo afectados por entidades provenientes del sexto universo adyacente, donde existían cuatro tipos de seres dominantes: los que vivían de la luz, los que se desarrollaban en la oscuridad, los Transitorios (capaces de moverse entre ambos estados) y una cuarta entidad misteriosa de la que nada se sabía. De estos últimos parecían emanar bucles de conciencia que se aferraban a los humanos como parásitos, impidiendo su progreso.

 

Párrafo III

Cubito Luminoso no podía evitar la influencia de estas entidades en nuestro universo, porque en realidad, ya estaban aquí. Los universos coexisten, entremezclados. Todo es mente; la conciencia los separa y los estructura en espacios y tiempos distintos, en un ciclo eterno de luz y oscuridad.

Para mejorar su experimento, el ser decidió introducir un elemento que no había utilizado antes: la muerte. En intentos previos, había diseñado seres virtualmente inmortales, con una existencia de miles de años. Sin embargo, esta longevidad derivaba en civilizaciones apáticas y sin propósito. Al no tener fin, la vida carecía de dirección. No había impulsos para imaginar futuros ni trascendencias.

La muerte, en cambio, generaba una urgencia por encontrar significado. La limitación del tiempo impulsaba a los humanos a proyectarse, a explorar el sentido de su existencia antes de que su individualidad se extinguiera.

En aquellos escritos, el señor Antonio dejaba entrever una verdad inquietante: si bien Cubito Luminoso aún confiaba en nosotros, el éxito de la humanidad pendía de un hilo. La conciencia del universo esperaba una respuesta, y el tiempo para darla se agotaba.

 


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