LA FUENTE DE LOS FAUNOS
Por Eunoia
Enviado el 17/04/2025, clasificado en Amor / Románticos
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LA FUENTE DE LOS FAUNOS
Estoy sentado en el Café Mallorquín. Paco (¿te acuerdas de Paco, Amelia?) acaba de pasar llevando a sus dos hijas de la mano. La niña pequeña se le ha escapado al pasar por la fuente de los faunos. Los patos, como barcos serenos y bellamente distinguidos, con sus cuellos lanzando destellos verdes y azules, han atraído el afán de la pequeña por acariciar los suaves plumajes marrones de su cuerpo.
Paco se ha enfadado mucho con ella y la ha regañado severamente. La niña, con su cabecita agachada y sus rizos sobre los hombros seguía el curso de las vueltas y revueltas de los dos patos, que esperaban que los paseantes obsequiarán sus galanteos con migajas de pan, cacahuetes y otras chucherías del quiosco de la esquina con la avenida.
Me acordé de ti, cuando una tarde nublada de marzo, sentados justamente en uno de los bancos, frente a las dos pequeñas estatuillas de los semidioses griegos con su provocadora y alegre mirada, me dijiste que en tu opinión Nietzsche fue un torpe cobarde, enfermizo y pusilánime —tu rostro se puso colorado de indignación; yo te encontré entonces más bella que de costumbre— que fue incapaz de superar su humillante dependencia de su hermana, quien odiaba a Lou Andreas-Salomé. Me acuerdo perfectamente que traté de aportar elementos de contemporización en los que yo mismo no creía. Te dije que todos los seres humanos estamos limitados por nuestras condiciones, que las influencias externas tienen una fuerza poderosa, y que hacemos lo que podemos, no lo que quisiéramos hacer, que nadie va más allá que su sombra... Pero tú negaste mis argumentos, con los ojos muy abiertos; esos ojos redondos que tenías en tus fotos de niña, cuando te asombraba descubrir el mundo con ellos. Luego me miraste fijamente, me llamaste tonto y me dijiste que sabías que yo pensaba lo mismo que tú.
¡Cómo quisiera vivir la quimera de viajar en el tiempo, regresar a aquel momento, poder ver el rubor ardiente de colera de tus mejillas, tus labios fruncidos, tu razón profunda y el calor que transmitían tus ojos color de miel!
Vuelto de mis recuerdos, Paco y las niñas ya habían desaparecido; tampoco había ya nadie paseando, el quiosco estaba cerrado, los patos ya no estaban en la fuente... y los faunos parecían mirarme astutamente, con sus ojos entornados; como si conociesen los secretos ocultos en mi corazón.
(Cartas a Amelia)
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