Desde mi habitación, para tu deseo - PARTE 1

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Me llamo Jairo, y quiero compartir con ustedes una experiencia que, aunque en apariencia no parezca gran cosa, para mí fue un punto de inflexión. Un antes y un después en la forma en que vivo mi deseo, mi cuerpo… y el placer. Fue como abrir una puerta sin saber qué había detrás… y encontrarme con una versión mía que estaba esperando ser liberada.

En aquel momento vivía con mi familia, así que no tenía la libertad de prender la compu cuando quisiera, bajar la luz y entregarme tranquilo al deseo. Tenía que esperar esos ratos raros en los que la casa quedaba en silencio, sin nadie alrededor. Y aun así, muchas veces no podía resistirme…

Había noches en las que el impulso era más fuerte que la prudencia. Me encerraba, me ponía los auriculares para no hacer ruido, y navegaba con una mano en el mouse y la otra más abajo… siempre con un ojo en la pantalla y el otro atento a la puerta, por si alguien entraba de improviso. Algunas veces no llegaba a más que mirar, con la tensión palpitándome en el cuerpo. Otras… terminaba rápido, en silencio, con el corazón latiéndome en la garganta.

Pero también había esas pocas veces mágicas, casi milagrosas, en las que me quedaba completamente solo en casa. Esos momentos eran distintos. Ahí sí podía sacar todo el deseo acumulado, bajar la intensidad del mundo exterior y subirle el volumen a mi propio placer. Me preparaba, elegía bien lo que iba a mirar, y me entregaba sin apuros, sintiendo cada segundo como un regalo.

Todo comenzó la noche en que descubrí una página dedicada al contenido erótico. No era una más del montón: había algo adictivo en ella, con secciones y categorías que despertaban curiosidades que ni sabía que tenía. Al principio, solo quería mirar, me creé una cuenta sin pensar demasiado, solo para acceder a algunos posts que pedían estar registrado. Completé los datos casi con desgano, sin saber que, en realidad, estaba abriendo una puerta a algo mucho más profundo.

En los días siguientes, pasaba horas frente a la compu, explorando cada rincón de esa página que tenía algo difícil de explicar, algo que enganchaba. Los posteos eran variados: fotos, videos, textos, algunos muy calientes, otros más sugerentes, pero todos tenían algo en común… la intención de provocar. Cada publicación podía recibir puntos de los usuarios, y eso hacía que quienes subían contenido se esforzaran por ofrecer lo mejor.

Descubrí que se podía ver un ranking con los más valorados, y me perdía navegando entre esas listas: los favoritos del año, del mes, de la semana… hasta que me encontré revisando compulsivamente los tops del día. Era un ritual. Entraba, elegía una categoría según lo que me calentara en ese momento, y me dejaba llevar. Horas mirando, deseando, explorando. A veces me bastaba con eso. Otras veces... terminaba descargando toda esa tensión con un gemido contenido y una pantalla aún encendida.

Y al día siguiente, lo mismo. Como si algo dentro mío pidiera volver, una y otra vez.

Como les decía, ya había recorrido todas las secciones varias veces. Siempre encontraba algo que me generaba curiosidad, que me excitaba, que me llevaba —casi inevitablemente— a cumplir con mi práctica onanista del día. Pero había una categoría que siempre había ignorado. Las pocas veces que me aparecía algo de ahí, eran fotos de hombres mostrándose. Y eso, sinceramente, no me calentaba. Así como existía una sección donde mujeres posteaban imágenes y videos de sí mismas —desde lo más soft hasta lo más explícito—, también había una para hombres. Cada uno exhibía lo que quería, hasta donde quería… pero yo nunca le había prestado atención.

Hasta que un día, sin buscarlo, todo cambió.

Estaba aburrido, frente a la compu, con toda mi familia dando vueltas por la casa. Una de esas ocasiones en las que hacerse una paja era imposible: cuatro personas alrededor, y encima tenía que salir en poco tiempo a hacer un trámite. Igual entré a la página, más por costumbre que por otra cosa. Y lo primero que me apareció fue un posteo de un tipo mostrando su cuerpo.

Estaba de pie, en una habitación con luz tenue, y se lo notaba seguro, relajado… su cuerpo desnudo, firme, con ese gesto entre provocador y natural que tienen quienes se sienten deseables. No me detuve a mirarlo demasiado. Pero hubo algo en esa imagen que me quedó dando vueltas. No porque me calentara verlo a él, sino porque de repente se me cruzó una idea, así, de golpe…

 ¿Y si fuera yo el que sube una foto así?

 ¿Qué pasaría si revelara mi cuerpo? ¿Si alguien, del otro lado, se excitara con una imagen mía? ¿Si una mujer —real, desconocida, curiosa— entrara a mi post, se detuviera unos segundos… y se tocara pensando en mí?

Me gustó la idea. La fantasía de ser deseado me excitaba más que cualquier video. Que alguien se calentara mirando mi piel, mi forma, mi pija. Que fantaseara conmigo. Que se masturbara con mis fotos. Que tuviera un orgasmo deseándome. Que le temblaran las piernas mientras escribía un comentario anónimo diciéndome lo que me haría. La sola fantasía me puso duro. Y todavía no había hecho nada…

Los días siguientes fueron una mezcla constante de momentos. Cuando estaba en casa y encontraba un rato a solas, seguía con mi práctica habitual: sentarme frente a la compu, recorrer las secciones, dejarme llevar por las imágenes y las fantasías hasta terminar. Pero algo había cambiado.  Cuando no estaba frente a la pantalla, la idea de ese post mío volvía una y otra vez. Aparecía mientras caminaba por la calle, mientras viajaba en colectivo, mientras cenaba con mi familia. Incluso en la cama, antes de dormirme, cuando el cuerpo empezaba a relajarse, esa fantasía se volvía cada vez más nítida. Y más fuerte.

Imaginaba todo: qué fotos subiría, qué parte de mi cuerpo mostraría primero, si sería algo más sugerente o directamente explícito. Pensaba en los ángulos, en la luz, en la pose. Me preguntaba cuánta gente lo vería… cuántas personas se excitarían conmigo… cuántas se tocarían. Cuántas cerrarían los ojos después de venirse, con mi imagen todavía encendida en sus pantallas.

Se había vuelto una obsesión.

No era solo por la paja. Era algo más profundo. Algo que tenía que ver con ser visto, con ser deseado, con provocar placer del otro lado de la pantalla. La sola idea me generaba una mezcla rara: un cosquilleo en el pecho, una electricidad en el cuerpo… y la verga tensa cada vez que lo fantaseaba.

Pasaron tres o cuatro días así, con la idea dándome vueltas en la cabeza todo el tiempo, haciéndome cosquillas por dentro, calentándome más que cualquier imagen. Hasta que, de pronto, el destino me guiñó un ojo. Estábamos almorzando en familia. Una escena normal, cotidiana, sin mayores sobresaltos. Pero de repente mi hermana, entre bocado y bocado, pidió permiso para salir esa noche al cine con unas amigas, y quedarse a dormir en la casa de una de ellas.

 


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