El pupitre de madera fue el punto de partida. La escena cobró vida, el pasado regresó de la única manera que podía hacerlo, envuelto en sueños. Mónica volvía a enfrentarse al instituto, al acné y, durante un instante, a sus inseguridades. A sus dieciseis años trataba de aferrarse al mundo de los adultos en solitario. No era mala estudiante, tampoco buena, era una del montón. No estaba gorda, tampoco era flaca, su cuerpo no era de los bonitos pero tampoco se podía decir que era fea ni mucho menos. Su piel pálida, la ausencia de maquillaje y el llevar ropa sin encanto, esa ropa a medio camino entre tapar no se qué imperfección que solo esta en la cabeza del adolescente y coquetear con algún chico guay.
- Hola Moni, ¿te vienes a mi fiesta de cumple? -
La chica levantó la cabeza con desconfianza pero, aun así, sonrió.
En la cama su yo adulto se revolvió y trató sin éxito de avisarla. Sin embargo, el sueño continuó inalterable, después de todo aquellos rostros, esa versión de si misma, aquella vida, eran solo sombras de lo que fue... pero si eran solo sombras. ¿Por qué se veían tan reales?
La escena cambió y Mónica se encontró en casa de su compañera con otras chicas, y algún chico. Mario estaba allí, tan cerca y tan lejos a un mismo tiempo. Tenía el pelo rizado y la sonrisa más maravillosa que había visto en su vida. La música sonaba alta.
- ¿Te lo has traído? - preguntó la anfitriona.
Mónica tocó su bolso dos veces y asintió.
- Bien, póntelo... ¿o no quieres bañarte con todos?
El camino que llevaba al cuarto de baño cobró vida. La imagen de la joven, alegre por primera vez después de mucho tiempo, contrastaba con la mujer que dormía agitada en la cama.
Si alguién le hubiese enseñado antes que el mundo carecía de bondad... pero no, eso no ocurrió. El camino a esa tarde había estado lleno de señales. Primero los insultos, luego los corrillos de cuarto de baño que había escuchado cuando todas creían que no había nadie sentado en el vater. La consideraban "rarita", se metían con su ropa, con su físico, y con su timidez. Mónica comía sola, Mónica solo se hablaba con Silvia la gafotas, Mónica tenía granos hasta en las nalgas.
Pero todo eso había cambiado con el cambio de actitud de Marta. Marta habia sido amable, Marta se había atrevido a regañar en público a una de sus detractoras. Sí, Marta era parte del grupo de acosadoras, pero nunca había llevado la voz cantante y ultimamente se había convertido casi, casi en su amiga. Incluso le había presentado al chico de pelo rizado. ¿Cómo no iba a ir al cumple de Marta?
"Quizás deba ducharme" pensó para si misma cerrando el pestillo del cuarto de baño.
Se desnudó y se metió en la ducha.
El ruido del agua cayendo sobre su cuerpo le impidió oir.
Al salir abrió el bolso para coger el bañador.
Pero no había ningún bañador allí dentro.
Luego, para su horror, comprobó que tampoco estaba la ropa que se acababa de quitar.
Cogió la toalla y comprobó, alarmada, que era pequeña, una toallita de bidé con la que apenas podía cubrir sus partes íntimas.
La mujer adulta, angustiada, trató de advertirla de algo más, pero la pesadilla, tan cruel como los recuerdos, una vez más, impidió la comunicación a través del tiempo.
La versión joven de Mónica se dio cuenta en el último instante. El pestillo de la puerta no estaba en posición de cerrado.
Quizás, si hubiese reaccionado antes o en ese momento con la suficiente velocidad, le habría dado tiempo a encerrarse en el baño. Pero el miedo la paralizó.
Alguién de pelo rizado abrió la puerta.
Solo le dió tiempo a reconocer al que entraba, ruborizarse violentamente y cubrir medio cuerpo con la toalla y, en el último instante, consciente de lo expuesta que estaba, girar y dar la espalda al que entraba, exponiendo el trasero al tiempo que dejaba escapar el grito de vergüenza de quién ha llegado al límite de la humillación.
- Perdona... no, no sabía. - reaccionó Mario genuinamente apurado.
A su alrededor se oyeron risas femeninas y una voz.
Mónica, con la cara encendida, giró la cabeza tratando de ver que ocurría.
Vio a Marta soltar una carcajada y empujar a Mario dentro del baño. El chico se volvió de inmediato y evitó que cerrasen la puerta tras él.
La joven en cueros se agachó en una esquina sosteniendo la toallita de alguna manera y comenzó a llorar.
*****
El despertador sonó.
Mónica se levantó de la cama y tras ducharse y desayunar encendió el portátil.
Hoy tocaba teletrabajo.
Entre la lista de correos llegaron algunos currículos.
La foto del primero le llamó la atención.
"No puede ser." pensó.
Pero el nombre y los apellidos no dejaban lugar a la duda.
Revisó el contenido. Era un buen candidato y sin embargo lo sensato sería descartarlo sin miramientos.
Cogió el móvil y llamó.
- Buenos días Pedro. Oye una cosa, he visto los currículos. Sí, añade el de Marcos y el de Lucía...
- vale... esos dos y...
- Espera... pasa para entrevista también el de... Marta.
Fin.
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