EL CASO DE LEANDRA 1

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"En el año 1605 don Quijote y Sancho Panza detuvieron su camino en busca de avenruas en compañía del cura y del bachiller Carrasco en un campo manchego junto a un cabrero que venía con su rebaño con el que entablaron una amistad, y éste les contó:

- Tres leguas de este valle está una aldea que aunque pequeña es una de las más ricas que hay en estos contornos, en la que había un labrador muy honrado. Mas lo que le hacía más dichoso según él era tener una hija llamada Leandra; de tan extraordinaria belleza, rara discrección y virtud que quien la conocía quedaba prendado de ella.

La riqueza del padre y la hermosura de la hija movieron a muchos tanto del pueblo como forasteros a que por mujer se la pidiesen (querían casarse con ella). Y de entre esos muchos fui yo uno a quien dieron grandes esperanzas de éxito.

En esta sazón vino a nuestro pueblo un tal Vocente de la Roca, hijo de un pobre labrador del mismo lugar, el cual venía de las Italias y de otras partes de ser soldado con su reluciente uniforme lleno de condecoraciones. Sentábase en un poyo bajo un gran álamo en nuestra plaza y allí nos tenía a todos con la boca abierta pendientes de sus hazañas. No había batalla ni país en el que no había estado.

Este galán soldado que además era un arrogante músico y poeta que tocaba la guitarra fue visto por Leandra desde una ventana de su casa que daba a la plaza. Deslumbrada del oropel de sus vistosos trajes y de sus romances ella se enamoró perdidamente de él. Y la muchacha habiendo dejado la casa de su querido padre se fue de la aldea con su soldado.

Admiró el suceso a toda la aldea  provocando la tristeza del padre y del resto de su familia, por lo que solicitaron a la Justicia que tomara cartas en el asunto.

Los cuadrilleros listos tomaron los caminos escudriñando cuántos bosques había y al cabo de tres días hallaron a la antojadiza Leandra en una cueva del monte; desnuda en camisa; sin mucho dinero ni las joyas que había sacado de su casa. Una vez que la hubieron devuelto a su hogar ella confesó sin apremio que el tal Vicente de la Roca la había engañado, y bajo la palabra de ser su esposo la persuadió para que dejase la casa de su familia ya que él la llevaría a una mansión más rica en Nápoles. Leandra le había creido y tras robar los bienes a su padre el soldado la llevó a un áspero monte y la encerró en aquella cueva donde la habían encontrado; le robó todo cuánto tenía y la abandonó en aquel inhóspito lugar.

A Leandra la encerraron en un monasterio de una villa que está cerca de aquí esperando que el tiempo haga olvidar su culpa".

Al cabo de quinientos años de aquel desgraciado incidente, una descendiente directa de aquella liviana doncella que consiguió salir del monasterio para casarse con un rico terrateniente de su comarca, quien por ironías del destino se llamaba asimismo Leandra; y que era una atractiva viuda cuarentona; rubia, de ojos azules; de profesión maestra nacional de Primaria, estaba con su compañera de fatigas llamada Charo en un autocar haciendo un viaje por Italia..

-Oye. ¿Y por qué no has dicho a Marcos que venga contigo a hacer este viaje con lo mucho que te  aprecia y lo buena persona que es? - le preguntó Charo refiriéndose a un pretendiente que Leandra tenía en Barcelona, el cual era un excelente pofesor de Historia Contemporánea.

-... Ay, no sé chica. Ya lo pensé ya. Pero verás. Es que Marcos es de una manera que no me acaba de hacer el "clic" - respondió Leandra de una forma elíptica.

- ¿El qué?

-Oh, no sé cómo explcarlo. ¡El "clic" mujer, el "clic"

- Ah, éso. Ya comprendo.

A la hora del almuerzo el autocar se detuvo frante a un feo restaurante que estaba junto a un descampado en un recodo de la autovía donde acudían los camioneros a repostar. Y cuando los turistass se adentraron en el local se tuvieron que acomodar en mesas largas aparte de los habituales comensales.

Entonces en el  transcurso de aquella insípida comida a Leandra se le acercó un sujeto llamado Vicente Peña que era relativamente joven; moreno el cual se presentó como un Relaciones Públicas de una empresa de Construcción y Reparación, que a juzgar por su modo de hablar pretendía hacerse notar; daba a entender que él estaba de vuelta todo cuando no era cierto. Era un vanidoso que hacía alarde de los paises que había visitado.

-¡Bah! Esta clase de viajes tan programados como este no tienen ninguna emoción. Yo prefiero ir a la aventura.Y puedo asegurar que he pasado por una infinidad de situaciones que no te puedes ni imaginar- le dijo el Relaciones Públicas a la sorprendida Leandra-.Pero para saber de verdad lo que es el placer hay que perderse en Cuba- añadió con una pícara sonrisa.

- Ya, ya... Éso dicen algunos.

Seguidamente Vicente Peña envolvió a la mujer en un torbellimo de anécdotas sobre sus viajes que la hacían reir; a la vez que sobre su vida personal se hacía el misterioso. Este era una tipo retórico, un comediante nato que deslumbraba a Leandra con su grandilocuente verbo, y con su mirada directa y provocativa. ¡Que lejos quedaba el recuerdo de su educado pretendiente Marcos! Ahora prevalecía el "simpático" Vicente.

- Huy ya veo que tú necesitas a un hombre que te lleve por el buen camino de la alegría.Lo leo en tus ojos - le dijo él desafiante, con donaire.

-- ¿Qué sabes tú de mi? - inquirió ella riendo.

- Sé lo que se ve. ¿Qué es poesía? -dices cuando clavas tu mirada en mi tu pupila azul- ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía eres tú.- expresó Vicente Peña con vehemencia emulado a Gustavo Adolfo Bécquer.

                                                                         CONTINÚA

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