ESCALA EN LA LUNA

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                 ESCALA EN LA LUNA


   Alphonse de La Rive llegó a la base de Shank Ghi Corp. por la tarde. La descomunal forma de zeppelin de la Marguerite Yourcenar recortaba la imagen del planeta madre, fija allí en el insolente silencio cósmico. Como siempre que hacía escala en la base lunar, de la Rive experimentó cansancio, desidia y un vacío vital. Acababa de cumplir cincuenta y un años; seguía operando vuelos a Marte y carecía de perspectivas personales. La vista recortada de la Tierra le deprimió todavía más.
Una vez dejó a los operarios y mecánicos revisando el correcto funcionamiento de la nave y cargando los productos que la flota particular de la Shank tenía acumulados en los gigantescos almacenes de los cráteres cupulados, entró en Shienb City y se dirigió al cubículo que tenía reservado en el hotel. En Luna no había en ese momento otra nave operacional con destino a Marte que la Marguerite. Era el único piloto que pasaría en el hotel las trece horas que se necesitaban para realizar las tareas de carga de mercancías y minerales para comerciar en su destino en el planeta rojizo, Kamchatka Vaya.
 Entró en la oficina de la compañía. Li Jong le sonrió y le dirigió su saludo ritual.
—Bienvenido, Al. ¿El vuelo no ha registrado incidencias?
De la Rive se acarició la ceja derecha —era un tic nervioso de su adolescencia— forzó una sonrisa que con dificultad disimuló su melancolía interior y respondió:
—Hola, Li. Todo correcto. ¿Qué tal estos días? —de la Rive hacia tres vuelos semanales del mismo trayecto Tierra-Luna-Marte, con lo cual Li y él repetían sus saludos de una forma rutinaria—. ¿No han venido Rosalyn y Norman está semana? —Alphonse no había coincidido con los otros dos pilotos de la Shank Ghi desde dos semanas atrás.
—El lunes —respondió la recepcionista administrativa de la corporación— hizo escala Norman —no había tratamiento entre los trabajadores y funcionarios de la compañía—; Rosalyn partió a las 13:00 horas.
De la Rive no esperaba que Li alargase la respuesta; era una funcionaria eficiente que conocía perfectamente sus funciones, se podía calificar, sin caer en hipérbole, como infalible. Además de Li en la oficina y las instalaciones adyacentes había un total de seis trabajadores, tres de los cuales se encontraban en los dos pisos superiores.
—Perfecto. Voy a tomar una ducha y descansar.
—¿Te mando la cena de la carta de hoy?
En la tablet del mostrador aparecieron las páginas de entrantes, primeros y segundos platos, bebidas y postres. De la Rive eligió mosto de vino tinto, rabanitos con remolacha, surtido de quesos, tomates a la plancha con ajitos, una sopa de mariscos, rustido de pavo y crema belga de tres chocolates. Firmó el recuadro y se despidió.
Eligió la habitación-cubículo con vistas a la Constelación de Alpha Centauri, se desvistió y se dirigió hacia el baño. En ese momento apareció Kathie Su llevando un juego de ropa interior, zapatos y un nuevo mono de vuelo.
—Hola, Al. ¿El vuelo no ha registrado incidencias? —Era la pregunta rutinaria de todos los trabajadores del satélite terrestre.
—Sin novedad Kat —respondió mirando la figura de ella. La cortesía dominaba todas las relaciones sociales en la estación.
De la Rive pasó a la ducha y abrió la barra de chorros de agua destilada enjabonada. El fresco aroma a hierbas empapó sus cabellos y cayó por todo su cuerpo. Cerró los ojos y volvió a sentir el manto de una tristeza indefinible. Cuando las manos de Kat le frotaron el cuello, los brazos, la espalda y los muslos dejó escapar entre los labios un placentero sonido. Dejó que ella lavará todo su cuerpo, le aclarase la piel y el cabello y lo secará cuidadosamente ya fuera de la ducha.
Ella le tomó de la mano y fueron a la cama, donde Alphonse de La Rive se tendió de lado. Ella le abrazo tiernamente. El piloto pasó sus dedos sobre los cabellos rubios y repaso el cuerpo, desde el cuello, pasando por las leves crestas de las vértebras, los delicados glúteos. Ella se colocó sobre él y lo besó, primero suavemente, después con una pasión creciente. De La Rive se puso boca arriba. Los senos turgentes de ella se apretaron contra su pecho. Él los acarició y llevó sus dedos al pubis cálido. Ella palpó el sexo masculino que había alcanzado su punto de efervescencia; se colocó arrodillada sobre él y dejó que el hombre disfrutara de su perfectamente delineadas formas. En medio de los movimientos, de La Rive la atrajo hacia sí y en un susurro dijo: «Te quiero». Fue espontáneo y sincero. Ella paró un instante y sus labios mostraron un mohín natural e infantil. «Y yo a ti, Al», dejaron escapar sus labios. Él sintió un escalofrío, la levantó ligeramente por los hombros. Estaba en su interior, cálido y húmedo. Miró fijamente aquellos ojos verdes y los gruesos labios. Creyó observar un brillo extraño (¿cómplice?) en las pupilas que desató un latido acelerado que no era físico, sino emocional. «¿Será..? ¿Es posible qué?...», se preguntó. Ella se deslizó nuevamente sobre el pecho y el abdomen de él. Alphonse sintió un abrazo algo más fuerte; continuaron haciendo el amor hasta el clímax.
Naomi entró en ese justo momento.
—Hola, Al —saludó con la cortesía habitual— ¿El vuelo no ha registrado incidencias? —Acercó el carrito con las bandejas de la cena y depositó los platos, cuyo especiado olor despertó el apetito del piloto, sobre la mesa redonda— Que disfrutes de la estancia. Si deseas algo más de mí, estoy a tu disposición.
Kathie Su y de La Rive separaron sus cuerpos. Ella sacó unos pañuelos húmedos del cajón que había junto a la cama y aseó las partes de ambos, las de él antes, después las suyas.
—¿Quieres que me quede o prefieres estar solo? —preguntó?
Al suspiró volvió a mirarla y con un tono cariñoso dijo:
—Quédate conmigo, Kat, por favor.
Ella con sus ojos fijos en los de él, respondió:
—Será un placer servirte, Al.
Alphonse de La Rive volvió a distinguir un refulgor inhabitual en los ojos cibernéticos de Kathie Su y se estremeció con algo que no era temor, sino una grata y profunda alegría que disipó toda la pesadumbre vital que era su compañera habitual.


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