LOS PLACERES DE ELISA
Por Eunoia
Enviado el 23/04/2025, clasificado en Adultos / eróticos
1285 visitas
LOS PLACERES DE ELISA
Elisa estaba tumbada boca abajo. La doble duna de sus nalgas se elevaba con la redondez atractiva de una fruta tropical. Las piernas ligeramente separadas en un ángulo de pocos grados; las plantas de los pies brillando en su palidez sobre la arena color beige. Aunque Elisa se encontraba bajo la fresca sombra de una gran palmera datilera, los rayos del sol despedían un fuerte calor, que irradiaba de cada centímetro de la playa nudista donde estábamos.
Me acerqué por detrás, disfrutando de la visión de sus rotundos glúteos, firmes y esféricos. Por la sombra que proyectaba mi cuerpo, Elisa se percató de mi presencia. Se giró y su sombrero de fieltro se resbaló, cayendo sobre la arena. Sus cabellos rubios se convirtieron en una cascada que resbaló por su flexible y joven espalda curvada. Me sonrió y apartó el pelo, dejándolo caer sobre uno de sus finos hombros de diosa griega.
—Te lo has depilado del todo —me dijo, clavando su mirada en mi sexo.
Sonreí a mí vez; me acababa de rapar el vello púbico, efectivamente y bajo mi monte de Venus destacaban claramente los labios vaginales gruesos y sobresalientes. Como la forma de mis muslos era ligeramente abierta, como una jinete, eran una clara diana para los ojos de cualquiera que mirase.
—Ven, túmbate; me estaba aburriendo.
Yo me acerqué por detrás de ella, me agaché y me dejé caer sobre su espalda. Elisa emitió un chillido seguido de un agudo: “oye, ¡pero, qué te has creído!” Yo le hice cosquillas y las dos nos echamos a reír estruendosamente. Yo tenía mi sexo sobre sus cálidas nalgas. Ella palmeó las mías. Miré alrededor y vi que había tres personas más en la playa a aquella hora; a lo lejos una figura bajo una sombrilla, y a unos veinte metros una pareja jugando con un balón de colores llamativos.
Le acaricié los hombros y el cuello.
—Me gusta -ronroneó-. Continúa.
Continúe bajando por sus vértebras. Elisa seguía con sus leves ronroneos.
—Se me cae la bajita, ji,ji,ji —dijo en un susurro.
Yo me incliné, dejando que mis tetas volvieran a descansar sobre su espalda y le besé el nacimiento del cabello. Inmediatamente, se le puso piel de gallina.
—Uhmmm —musitó.
Me dejé caer, frotando mi cuerpo en el suyo. Eché un vistazo en todas direcciones; no había novedades. Me arrodillé y seguí acariciando, ahora ya sobre el suave culo de Elisa. Me estaba excitando cada vez más. Veía la sombra de mis pechos balanceándose sobre su espalda, y eso me subía los grados de deseo sexual. Jugué recorriendo el canal entre los cachetes y magreando las carnosas esferas. Elisa se movió sobre la arena abriendo las piernas.
—¿Es una invitación? —le dije riendo.
—Ajá —contestó levantado la cabeza, con los codos apoyados en la arena y echando un vistazo alrededor. Luego la giró y se quedó mirando mis tetas. Sus labios y sus ojos brillaban lascivamente. Volvió a tumbarse y abrió un poco más las piernas. Yo palmeé el culito con las dos manos y le acaricié las dos partes; besé uno y otro cachete. Mi dedo índice delineó la raja del culo y se fue hundiendo hacia abajo, hasta notar el tacto de la entrada de su vulva. Hacia uno y otro lado noté los lóbulos de sus estrechos labios vaginales; y los rizos de felpudo de su vello púbico.
Retozona, Elisa buscó mis manos y me hizo colocarme sobre sí, apretando su carne caliente contra la mía. Yo respiraba agitadamente. La humedad de mi vagina iba inundando toda mi vulva; seguro que Elisa no tardaría en notar la sensación acuosa. Moviéndose en un baile sinuoso, frotó sus nalgas sobre mi sexo. La volvió a besar y me retiré de nuevo. Llevé el índice y el dedo medio a la entrada de la hendidura oculta entre las dunas de sus glúteos.
Enseguida noté la impregnación de su flujo vaginal. Entreabrí los dedos y penetré en aquel coño jugoso. Elisa gimió. Yo seguí mi incursión en su melosa carne interior. Hundí completamente los dedos hasta que no pudieron horadar más el túnel sedoso. Mis movimientos simularon follarla. Entré y salí. Mi propio coño estaba ardiente y sentía mis pezones duros y tiesos; mi clítoris endurecido.
Elisa gemía sin cesar. Volví a mirar en derredor. Todo seguía tranquilo; no había nadie nuevo por las proximidades.
Elisa se incorporó. Yo extraje los dedos y observé la capa untuosa del fluido sexual. Ella también se quedó mirando.
—Me has puesto a cien, tortolita —dijo—. Me gustaría ver cómo lo chupas. ¿Te apetece comerlo?
Sin pensarlo llevé los dedos a mis labios y chupé golosamente el flujo.
—Ahora —dijo con mirada pícara y una sonrisa maliciosa—, quiero que me lo comas. Que me lamas toda, me succiones los labios del chochito, metas tu lengua hasta adentro y bebas mi flujo… que lo saborees y me aprisiones el clítoris en tus labio; que me lo comas hasta que tenga un orgasmo. —Acodada, con las preciosas tetas, los pezones tiesos e hinchados, añadió—: Acércate.
Me puse cerca de ella. Elisa me acarició los pechos y pellizcó mis pezones. Después deslizó la mano e hizo que sus dedos acariciaran mis gruesos labios del coño, jugó con ambos, moviéndolos de lado a lado. Sus dedos quedaron mojados de mi flujo, los metió en forma de gancho hasta que me hizo gemir, entonces frenó en seco.
—Ahora, yo; luego te joderé el tuyo hasta que te corras; pero primero quiero satisfacerme yo.
Me acerqué a su chocho caliente y mojado. Su olor hizo que me lanzara salvajemente a besar su sexo, me comía a bocados su vulva escuchando sus gemidos, subía a y bajaba aquellas sabrosas montañitas carnosas mientras casi me ahogaba en mis propios jadeos sin poder contenerme. Metí en mi boca su clítoris erecto, lo recorrí suavemente con mi lengua, mientras Elisa gemía sonoramente y empujaba su coño contra mi cara, dejándose ir loca de placer. Yo estaba excitadísima en aquella situación y sentía como con el mínimo roce en mi chocho iba a tener un orgasmo, pero intenté contenerme, deseando que Elisa me follara.
Quería sentir sus manos recorriéndome, sus dedos acariciando mi coño…, la mire con ansia y ella sonrió pícaramente. Empezó a acariciarme y a recorrer mi cuerpo con sus labios carnosos. Sus manos tocaban mi vulva que estaba empapada y entre aquella humedad sus dedos se deslizaron dentro de mí. Cerré los ojos, sabiendo que estaba a punto de llegar a un orgasmo que no podía contener más. Mis jadeos eran tan fuertes que me impedían escuchar nada más. Cuando Elisa con su otra mano rozó mi clítoris, todo mi cuerpo comenzó a vibrar. Mis espasmos eran tan fuertes que me hicieron gritar. Ella me besó ahogando mis gritos y prolongando mi orgasmo.
Aquello fue tan excitante que a día de hoy estoy deseando repetirlo.
Comentarios
COMENTAR
¿Te ha gustado?. Compártelo en las redes sociales