Vida, sueños, muerte y bardo

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Una mañana más, subo al coche y cojo la directa hacia mi destino.

Una parte de mí conduce mientras otra va dialogando conmigo misma y aún una tercera observa la situación. Al final ya no sé cuántas partes de mí vamos en el coche. 

¡Uf! ¡Un día de estos me la voy a pegar! 

Si ha de ser así, mejor que no sea grave. 

¡Al menos que sea fulminante!

Me centro. Sigo conduciendo. 

Asciendo por un camino de curvas con el 4x4 antracita. Veo un recoveco y aparco. Me dirijo hasta el mirador. ¡Qué bonitas vistas! Abiertas al mar, despejadas, paisaje mediterráneo, con sol y pocas nubes después de más de un mes y medio de días lluviosos y nublados. 

Me relajo. Pienso en volver. Solo una curva. Una más. Otra. Pero el coche no está. La siguiente. Tampoco. Vuelvo atrás y voy hacia el otro lado. Pero no me suena.

Llego a la ciudad y pido para ir al mirador. Mi coche está allí. Me dan indicaciones, pero me pierdo. Vuelvo a preguntar y al final me lleva un taxi. El taxista me observa, me estudia, estará pensando que soy una histérica. Lo bueno es que no conseguimos llegar. Creo que ya he recorrido toda la isla y no consigo llegar ni al mirador, ni encontrar mi coche.

Me estoy desquiciando, esto ya no es despiste, es pura confusión!

Por fin despierto, pero no es del todo así, ya que sigo en el coche hacia mi destino, recordando el sueño de la noche anterior. 

Y entonces me pregunto: ¿Con tantas pistas, cómo es que no fui capaz de reconocer que estaba soñando? ¿Cómo no conseguí hacer de ese un sueño lúcido? ¡Con lo que me gustaría meditar en un sueño lúcido!

Y sigo con mi diálogo interno. 

Pienso entonces que tanto lo soñado como lo que pensamos no son realidad, es ilusión, pura imaginación, especulación, posibilidad. ¿Una mentira quizás?

Sigo conduciendo, me centro. O eso creo.

Voy en un deportivo rojo que deja una estela de polvo como de humo de incienso, cruzando un desierto donde las dunas parecen respirar. 

Al final llego a un pueblo de nombre Encrucijada. No encuentro las calles que esperaba encontrar. No veo a nadie, contaba con que me vinieran a buscar. No quiero alejarme del coche, no sea que me pierda y no lo vuelva a encontrar. 

Pero esto tampoco es normal. Iba en el coche como todas las mañanas y parece que de eso hace mucho ya! No sé cómo he llegado aquí, pero lo reconozco. Lo reconozco de un relato.

¡Ya está! Me la pegué y ahora floto en el bardo, ese pasillo de niebla entre el mundo que fue y el que aún no es. 

Sola, confundida. 

No me iluminé en vida! No lo hice en el proceso de la muerte de la que ni me enteré! Y ahora... 

¿Alguien espera de verdad que lo consiga aquí? 

Bueno, podría ser. Tal vez. Si no yo, quizás alguna de las partes que compartíamos destino en ese viaje sin final...

 

P.D. Inspirado en los relatos del Estado Intermedio de Luis R. Que por cierto me encantaron!

 


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