El coyote del pantano
Por Tarrega Silos
Enviado el 18/08/2013, clasificado en Infantiles / Juveniles
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El coyote del pantano
Un arroyo en las profundidades
El camino de terracería que nos llevó más de 8 horas se convirtió en cientos de áridas montañas que cubrían el horizonte, al terminarse, el 4x4 logró algunos kilómetros más, hasta un paso de roca demasiado estrecho y empinado. Luego avanzamos a pie, a brújula y mapa. Estábamos a tres km de nuestro objetivo, en lo profundo de una barranca. Miguel mi colega, y un Serreño cargábamos solo equipo de topografía y un poco de agua. Con rapidez, debíamos corroborar los detalles topográficos, para ubicar el punto de perforación del primer pozo de un largo sistema, que proveería de agua a una árida región del bajío, pero bajar a reconocer la barranca siendo tan tarde, fue un error. Pronto oscurecería y la sierra sería aún más peligrosa de noche. En las paredes casi verticales de la barranca, desbordada de manantiales silenciosos, el abundante musgo, nos impedía sostenernos de pie. Cubiertos de lodo caímos numerosas veces, sobre multitud de salamandras que escapaban asustadas.
El fondo claroscuro de la barranca, nos empequeñecía ante sus enormes muros de roca de más 300 m de altura. Agua cristalina corría abundante por el cauce, sembrado de rocas inmensas. Nos envolvía el graznar de aves desconocidas, el lujurioso verde de la vegetación y un calor tropical. Encontramos el banco de referencia y de inmediato comenzamos el ascenso, justo empezó a llover, dificultando el regreso, tres horas nos llevó. La luz había menguado. Por el cansancio decidimos quedarnos, aun sin frazadas y la escasa comida.
El accidente
Necesitábamos acampar, fuera de la cañada, pero nuestro 4x4 no quiso arrancar, inexplicablemente tenía la batería agotada. La estrechez de la brecha dificultaba forzar su arranque, pero en un acto temerario, el ayudante lo dejó rodar en reversa cuesta abajo hacia el desfiladero, pero nunca logró arrancarlo. El 4x4 volcó al borde del desfiladero. Tal vez podríamos recuperarlo con el malacate.
Caminar hasta perderse
Cansados pero muy nerviosos, cometimos otro error: decidimos no pernoctar, previendo que el hambre nos mellaría. Pero el ayudante, no quiso seguirnos, se limitó a indicarnos una ruta de regreso cruzando y no rodeando la serranía, reduciendo la marcha a solo doce horas. Tal ahorro me tranquilizó. La noche, nos permitió caminar a pura fe las indistinguibles veredas. Cuando amaneció sabernos próximos a la Piedad nos fortaleció ante el sueño y el hambre. Pero caminamos más de 16 horas y nunca vimos, ni lejos, un camino o población. Evitamos considerarnos perdidos, pero atardecía y me ponía furioso lo peligrosamente deshidratados que estábamos.
Un perro misterioso
Entonces de apareció un perro que nos miraba fijamente a distancia, caminando paralelamente a nosotros. Gritamos esperando en vano la respuesta de su amo. Sin dejar de observarnos se nos aproximó, hasta que su pelaje amarillo hirsuto, muy crecido sobre la espina dorsal, y sus prominente hocico alargado de grandes colmillos, nos puso alerta. Se trataba de un coyote. Temerosos decidimos enfrentarlo a pedradas, pero a trote se nos adelantó por una veredilla que no habíamos notado y que se prolongaba hasta un páramo verde en un valle. Bajamos con rapidez aliviados de las espinas que nos tenían a piel viva. A poco el suelo se puso húmedo, surgieron charcos y luego el caminillo desapareció anegado entre el canto de las ranas. ´
En los pantos de la piedad
Hacia el frente no había más montañas. Pernoctamos a la orilla de aquel gran charco. Aun nerviosos, reanudamos de madruga y pronto teníamos el agua hasta las rodillas. Al atardecer el asedio de los mosquitos me imposibilitaba descubrir mi rostro, una nube estaba sobre mí. Mi cuerpo hervía en innumerables picaduras. Entonces escuché un chapuzón, giré rápidamente, y ya no vi a Miguel, le grite con todas mis fuerzas, mientras trataba de encontrarlo, bajo el agua turbia, luego emergió, escupiendo agua sucia, incapaz de hablar. Había caído en un hoyo. Con el agua hasta la barbilla por un momento lloramos desconsolados en medio de esa inmensidad nauseabunda. Oscurecía y la idea de dormir sumergidos nos daba pánico, teníamos que seguir, aún que la profundidad del pantano estaba aumentando. Sabíamos que era inútil intentar regresar. Debíamos encontrar un punto alto donde dormir, antes que la oscuridad llegara. Nos dirigimos a una mancha que sobresalía, sin poder estimar su lejanía, la esperanza de dormir secos nos dio fuerza. Se trataba de un cañaveral, me sentí menos decepcionado cuando pensé que podríamos apilar cañas para dormir fuera del agua.
Zumo de Caña
Miguel descubrió que eran de azúcar, y mientras nuestros dientes dolorosos masticaban aquel zumo azucarado, notamos que cubrían una extensión enorme. Entonces debía ser un cultivo. Continuar caminando entre las filosas hojas, hasta que distinguimos una discontinuidad, que resultó ser un camino, sobre el que notamos rodadas de camión. Miguel me preguntó el porqué de mi llanto, estábamos ya sobre un camino. No supe que contestar. Aún caminamos una distancia considerable a la luz de la luna, cuando se interrumpió el camino ante la pestilente agua. Ambos nos detuvimos asustados. Pero Miguel notó que la planicie frente a nosotros era tierra firme, y caminamos con temor hacia ella para encontrar la frontera del pantano. En un peñasco próximo dormimos hasta el amanecer. El hambre nos despertó para distinguir a lo lejos una choza, un camino que subía y ganado de agostadero, estábamos locos de gusto. Queríamos correr pero no pudimos.
A las espaldas del Toro
Un ganadero en una camioneta Texana, nos permitió subir al remolque, advirtiéndonos, que el ganado que llevaba era salvaje. Guindados de las redilas, sufríamos la velocidad sobre la terracería. El hambre y la debilidad, me vencían al borde del desmayo y la angustia de caer me borró la alegría del rescate. Cuando no podía más, brinqué dentro del remolque. El ganado amenazador golpeaba el piso del vagón haciéndome temblar y un toro de largos cuernos, intentaba aproximárseme, sin lograr girarse, mientras que yo luchaba por no desmayar. Dos horas duró el suplicio antes de llegar a un camino asfaltado. El ganadero, nos vio en tan mal, que nos pidió por radio otro aventón. No sé cuánto tiempo más demoramos dormidos en la caja de una pickup hasta llegar a la autopista estatal, donde abordamos a media noche el autobús que nos llevó hasta nuestro campamento. En los ojos de los pasajeros me percaté de nuestro deplorable estado. Ya no podía apoyar los pies, la caminata en el pantano me dejó yagas que empezaban a infectarse.
La genialidad del simple
Al llegar al campamento encontramos al ayudante, que había sido rescatado por la policía rural en el lugar del accidente del 4x4, sin haberse movido en absoluto. El trayecto que extraviamos fue de casi 100 km. Mientras nos atendía un médico, un reportero de la prensa local, nos preguntó si habíamos encontrado al Nahual, ese ser con forma de coyote que deambula por la sierra y que devora a los incautos que se perdían en ella. Recordé aquel perro que nos mostró el camino hacia el cañaveral. Respondí: -Creo que sí, pero no es como lo pintan.
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