El dulzor del vino

Estaba en la cocina frente a ella. Nos mirábamos con sincero deseo. Sus grandes ojos castaños desprendían un brillo etéreo. Ambos sonreímos a la par. Sin apartar nuestras miradas, dimos un sorbo a la copa de vino moldavo que había traído de su tierra. Situó su figura aún más próxima a  la mía y me acorraló contra la encimera. Acaricié su liso cabello y fundí mis labios en los suyos. Nuestras ardientes lenguas se cruzaron con una pasión de antaño olvidada. Mis manos descendieron de su pelo en una eterna caricia viajando por su rostro, su cuello, sus generosos pechos y su abdomen, hasta bajar a su cintura. Ella me abrazó con fuerza. Ambos nos abrazamos como si nunca antes lo hubiésemos hecho. Diecisiete meses después, la muchacha que observaba embelesado en la parada del autobús, estaba abrazándome.