La muerte llega con su realidad y sus tópicos y nos regala su esbeltez dañina, distante, ésa que nos pierde con elementos superfluos y realidades urgentes que se diluyen entre importancias que lo son. Nos cuentan los medios de comunicación que se nos va una dama bañada en dinero, con éxitos, con realidades materiales que se superponen al día a día haciendo de lo cotidiano algo excepcional.
Las empresas periodísticas, como reflejos de esa realidad que debemos resumir en frases cortas, en titulares, se encaminan por unos resúmenes sumariales que no siempre destacan lo fundamental, que, a menudo, probablemente siempre, se conoce en lo más sencillo, en aquello que es normal, y no en lo estridente.
Lo que sucede es que lo simple no es llamativo, supongo que porque es lo que ocurre jornada tras jornada, porque abandonamos la mirada sobre lo milagroso, no lo advertimos como atractivo. Solemos repetirnos que no valoramos cuanto tenemos, y es verdad.
Descubrirnos es la gran tarea, probablemente la única, si hablamos con propiedad, pero entiendo que no hay tiempo para ello. Quizá el término comprender no sea el más apropiado. Las prisas nos suelen llevar por caminos de aprendizajes muy someros, superficiales, que apenas atinan con los ejes que merecen la pena. No es fácil ver, no lo es, porque no nos habituamos a emplear el tiempo en saber los unos de los otros.
La vida, le repetía hace poco a alguien muy amado, es eso que pasa mientras hacemos planes. Da escalofríos, pues hay algo de verdad en ello: probablemente una gran verdad, demasiado grande. Lo que nos ocurre es nuestra responsabilidad, y hemos de procurar cambiar cuando las situaciones no marchan por las veredas deseadas. Nos cuesta soslayar inercias. Las dudas no siempre tienen respuestas, puede que por miedo, por pereza, por inacción, por falta de valentía, porque nos cansamos de intentarlo y de fracasar
Siempre he pensado que las cuestiones esenciales no se acaban, no se agotan, sino que, más bien, se transforman como la energía en manos de quienes vienen detrás, que intentan hacer lo que pueden por mejorar. No obstante, es lógica la preocupación por la marcha, por la distancia, por la soledad, por las mutaciones, que decimos que son buenas, pero que también entrañan dolor, pena, alejamientos, miedos a lo ignoto.
Modelo para aprender
Ahora leo la crónica de una muerte no anunciada. Opto por pensar que ninguna lo es, aunque a todos nos toque antes o después. La mayoría de los escritos prefieren destacar lo que tuvo: yo anhelo pensar en lo que fue, en lo que ha supuesto, en lo que nos ha facilitado, en el ejemplo que ha sido. De los modelos se aprende, y por eso los hemos de descubrir, definir y ensalzar, eso sí, intentando no gestar leyendas. Éstas se hallan en la tentación costumbrista.
Sin hablar de una persona en concreto, o puede que sí, imaginada ésta o no, comprometida en todo caso, sin descender a los logros y a sus valoraciones, sí que debemos tener tiempo para subrayar la importancia de la vida, de avanzar, de conseguir metas que procuren un desarrollo social. Hemos de meditar también sobre el cariz fungible de la existencia, que debemos exprimir y aprovechar todo cuanto podamos. En un momento todo se va. El instante viene cuando viene, sin avisar, y, aunque nos pueda brindar señales, no solemos darles crédito.
El caso es que llega el final, y, para entonces, hemos de tener los deberes hechos, y el sentimiento de felicidad, de equilibrio y de paz en orden. Es lo ideal. Lo relevante en el momento de la marcha es que el balance sea el mejor posible sobre la consideración de un progreso sólido y basado en la armonía de ser recordados, o no, desde la convicción y con los hechos que nos caractericen como buenas personas. Lo que deseo para esta mujer tan adinerada es que sea rememorada de esta guisa por los suyos. Si ocurre de semejante forma, habrá sido, en este caso sí, una persona rica, verdaderamente afortunada.
Juan TOMÁS FRUTOS.
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