El Psicópata amante (I)

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¿Cómo he llegado a esto? Me limpio el sudor que corre por mi frente con mi mano derecha y la seco en la pernera de mi pantalón. No es suficiente, no. Uso la manga de mi camisa para hacer lo mismo y me detengo al ver las manchas rojas en mi impoluta camisa 7camicie blanca, es mi favorita, sólo me la pongo en ocasiones especiales y hoy era una de ellas. Bajo la mirada y veo manchas rojas en toda ella. Observo un reguero de sangre partiendo de mi mano izquierda. Chorrea por mi antebrazo por dentro de la camisa, me repugna pero aún así continúo blandiendo el cuchillo del que parte el espeso líquido carmesí. Resbala lentamente y me quedo absorto con su movimiento, restos de fluidos confluyen en mi codo y han creado una gran mancha en mi camisa, filtrándose y goteando el suelo de parquet del piso que comparto con mi mujer. Mi mujer, mi amante, mi todo… me doy cuenta que estoy de rodillas, y dentro de un enorme charco de sangre. Noto ahora el templado líquido en mis piernas y pantalones que se han vuelto pegajosos al empaparse de sangre, y mi respiración aún continua siendo forzada por el esfuerzo realizado. Necesito más aire en los pulmones. Cierro los ojos e inspiro profundamente, los abro mientras expiro y todo sigue igual. Ella está frente a mí, tendida, inerte, inexpresiva… sus ojos aún están abiertos y me miran de reojo. No me gusta. Ya tenía que haberse ido, tenía que haber desaparecido, pero sigue aquí atormentándome, haciéndome sufrir, haciéndome sentir mal… y me veo clavando de nuevo el cuchillo en su vientre, noto como perfora su piel como centímetro a centímetro va desapareciendo dentro de ella, me gusta. Algo en su interior detiene la afilada hoja y aprieto con más determinación. Cede, y lo hundo hasta el mango. Lo extraigo sin problemas y tras él un surtidor de fluidos rojos me salpica de nuevo la camisa y mi cara. Ya no recuerdo cuantas veces he realizado esta misma operación.

El tiempo pasa tan lentamente que aún la veo de pie ante mí, presumida, inalcanzable, maravillosa, odiosa, perturbadora y a la vez ruin. Pero es mi mujer, es mía y de nadie más. Soy la envidia de mis amigos, la conseguí cuando tenía 19 años y de eso hace 7. Ahora es mía para siempre para toda la eternidad, me veo sonreír ante ese pensamiento. Golpes continuados en la puerta me hacen volver a la realidad, ¿Quién será? Escucho a lo lejos la palabra “policía” y ni me inmuto, sabía que vendrían. El ruido se acrecienta y termina bruscamente con un fuerte crujido que hace ceder la puerta. Vuelvo a mirar a mi mujer y veo como se levanta, sonrío y le digo dulcemente que la amo y que siempre estaremos juntos, se acerca a la ventana abierta y me indica que vaya con ella. Me acerco a la ventana y la veo al otro lado, se ha vuelto etérea está más bella que nunca, un halo de luz la envuelve y me hace señas para que la siga.

Suelto el cuchillo y me aferro a la ventana. Voy dejando marcas en todo cuanto toco, ella sigue ahí sonriéndome, esperándome… tras de mí escucho pasos, gritos, ruidos. No los atiendo, mi vida está ahí y yo voy con ella. Alargo mi brazo para tratar de sujetarla y se aparta, quiere que salte, que la alcance. Lo hago. Ya he avanzado hacia mi diosa y durante una milésima estamos frente a frente. Miro sus profundos ojos verdes que me enamoraron hace tantos años, sus labios rojos y perfectos dientes que tantas veces he besado y de pronto la veo alejarse, se va demasiado rápido. No te alejes amor… se está marchando sin mi, va hacia las nubes y me abandona. ¡¡Zorra Hija de puta!! ¡Eres mía y a mi nadie me abandona!… miro hacia abajo y me percato que no es ella la que sube, sino que soy yo el que está cayendo. Veo coches con luces azules encendidas y cuerpos grises en las aceras, observo como agentes uniformados empujan a algunas personas apartándolas de aquí. Todo parece cada vez más lento, y sin embargo percibo como nunca las sensaciones y sentimientos de todo el mundo. Me rio por dentro al ver la cara de mi vecina con los ojos desorbitados y las manos en la boca ahogando un grito que no perciben mis oídos, veo como por la avenida se acerca una ambulancia con sus luces ámbar girando en su infortunio sin fin, veo muchas ventanas abiertas y figuras negras a contra luz, y veo el suelo a escasos metros de mi, viene a abrazarme, a darme mi último adiós, lo sé. Me giro para tratar de ver a mi amada por última vez, pero ya no está, seguro que me espera en la eternidad –pienso-. Cierro los ojos para llevar conmigo un último recuerdo: mi mujer.


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