Valsurbio
Por François Lapierre
Enviado el 25/08/2013, clasificado en Amor / Románticos
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Sentada a la oriila del mar mientras él retozaba como un niño con las olas, parecía no importarle lo más mínimo el estar expuesta a la mirada de decenas de pares de ojos que se posaran en la abundancia de sus carnes, en sus incontables pliegues. Varada cual cetáceo que, descuidado, se ha aproximado demasiado a las arenas de la playa.
Esto se percibía claramente cuando alguna traviesa ola la tumbaba y hacía de su incorporación un verdadero suplicio. O cuando su acompañante la abordaba aprovechando igualmente las embestidas del mar sobre la playa, abusando de la oportunidad que le brindaba la excusa de ser empujado por las olas.
Una y otra vez ella recibía con alegría esos regalos del mar, esas caricias espumosas, acompañados de los arrumacos propiciados por su acaramelado compañero, ante la impávida y envidiosa mirada de la otra, la que únicamente podía conformarse con disfrutar de estar a la orilla del mar, tomar algo de sol, o darse algún que otro baño en el frio mar. En una ocasión los acompañó. Después retornó a su apartado rincón, se tumbó bajo el parasol y dormitó un rato, dejando solos a la pareja para que retozaran sin pudor. También a ella le sobraban kilos. Una gran barriga ascendía y descendía suavemente, empujaba sus pechos hacia atrás y retornaban a su posición inicial. Placidez a la orilla del mar, con el murmullo del oleaje en pleamar, ocho de la tarde, sol bajo y próximo a ocultarse tras las montañas, a poniente.
La pareja no sale del agua y ella remoja sus amplias curvas dejándose querer, provocando a su hombre que se arrime algo más. El la rodea con un brazo y ella busca el beso, primero rozando con sus labios su mejilla para, poco a poco, irse aproximando a su boca. Después se funden en un abrazo justo donde las olas rompen. El mar se retira y la pareja con él.
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