Banquete

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            Doce hombres sentados de tres a tres en cada lado de una mesa… doce hombre vestidos de tres a tres con chaqueta y corbata, casaca, kimono, poncho… doce hombres devorando sobre una mesa sin ningún concierto metiéndose en la boca cuadraditos de chocolate con pedacitos de salmón, mus de limón con berenjenas, conejo frito con sardinas crudas… no importa, han pagado por ello y tienen el privilegio… mejor, el derecho de comer como les apetezca en un orden desmesurado sin observar las cantidades de alimento que tiran al piso, intactos, enteros, comestibles.

            Bajo sus pies 24 hombres jóvenes, casi adolescentes, tocan a dos por cabeza: los chicos están famélicos y desnutridos, haces seis semanas que los alimentan solo con lechuga, agua y arroz y las costillas libran batalla contra la carne como si quisiesen salir disparadas… las dos docenas se reparten el trabajo: la mitad limpian los desperdicios de los comensales, limpian su mierda en los retretes, secan el sudor de la gula que corre a chorros desde la nuca hasta el culo mientras que los otros doce chupan el pene de sus amos, les alaban, les aplauden a cada bocado de pastel, carne o pechuga como si acabasen de ganar un campeonato mundial… los detestan, pero los señores son sus dueños… los odian, pero los señores les reparten las raciones de arroz para comer y a veces hasta les dan un pequeño trozo de tarta, minúsculo, lo suficiente para esperar más dulce y así ser sumisos con el sueño de que algún día “habrá más”… los aborrecen, pero felando sus pollas quizás consigan la libertad y puedan algún día ser sí mismos en sus propias casas celebrando sus propias comilonas…

            Uno de los anfitriones se aburre de comer: no está harto, simplemente se aburre de la mecánica del masticar-tragar-cagar, así que coge a un chico y mientras lo encula le aplasta la cara contra un pudin… el muchacho siente el dolor en su ano, el asco por notar un vaho pegajoso como la cola al sol en la madera sin secar, la humillación por ser un ser humano reducido a un juguete poco más que un patito de goma para perros… el muchacho siente que no es muchacho, pero mientras penetran sus nalgas aprovecha para atiborrarse de la golosina hasta que el amo se aburra también de la mecánica del mete-saca y lo tire a la papelera junto a los huesos de pollo, los envoltorios de chocolatinas, las botellas de cava… unos gordos venidos de todas partes sometiendo al doble.

            Los comelones se aburren… hacen retirar la comida… salen al patio… dan orden a unos mayordomos de que en el patio central amontonen los restos de la cena y que den un arma a cada joven: el que gane no solo podrá conseguir el banquete, sino la libertad perenne… solo puede quedar uno en pie… solo pueden conseguir el premio mediante la corrupción, mediante la cosificación de sí mismos, mediante la traición de sus iguales…

 

            La carnicería comienza: se desmiembran, se mutilan, se asesinan entre lágrimas porque incluso durmiendo sobre la colcha de una pensión del infierno hay espacio para el cariño, para la camaradería, para la complicidad… se apuñalan corazones, cerebros y almas por conseguir un premio que apenas le servirá al estómago un par de días, que su paladar olvidará en un par de horas… mientras, los anfitriones, los que organizaron el banquete, los que observan el macabro juego fuman puros y rezan por que se mantenga la ignorancia entre los esclavos: son el doble, poseen armas… y siguen sin saber quien es el enemigo.

 


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