Camino por las calles de mi ciudad. Estoy solo, quizá perdido. No reconozco por donde paso. Pero eso me da igual.
Igual también me da la oscuridad que se ciñe sobre el cielo y las nubes negras que ya lo cubren. O la densa lluvia que cae y me empapa.
Tengo frío y me duele la garganta. Pero eso no es lo importante. No tiemblo por eso.
Tiemblo de odio, de furia, de ira. Tiemblo de tristeza y de soledad. Tiemblo por todo y por nada. Porque no siento nada. Mi cabeza está vacía (en blanco) y mi corazón anesteciado.
Empiezan a caer rayos de las ocuras nubes. No me importa. Mi interior está más pertubado que el cielo que hay sobre mí.
Hay un hombre metido en el portal que no llego a ver. Cuando paso a su lado, me reban el pescuezo con una navaja. Me roba todo lo que llevo de valor (el colgante de mamá, la cartera, las zapatillas de marca ) y se marcha corriendo.
Yo siento dolor, pero menos que antes. Fue indoloro. Fue
Fue lo que necesitaba. Dejar de sufrir.
Fue una solución.
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