MAF - Un partido se prepara mucho antes de celebrarse

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Gran máxima que prediqué cuando dictaba las clases teóricas para los árbitros noveles y aspirantes.

“Señores, el partido ha de estar preparado con suficiente anticipación para no encontrarse con imprevistos. Casi siempre pueden preverse esos imprevistos”. Eran mis doctas palabras ante esos bisoños que sólo pretendían ganarse unos euros y aplicar un reglamento. Casi todos.

Un partido de fútbol femenino se prepara con igual anticipación que el resto. Desde el momento que te asignan el partido. Pero se disfruta ese preparativo de otra manera.

Un partido de equipos problemáticos tiene su carga. Fastidia a veces encontrarse con cierto público. Uno no puede entender como el grupo de padres o acompañantes de un equipo, y por ende, de una población, tienden a parecerse en las malas conductas y actitudes. No sólo hacia el árbitro, que es el primero en sufrirlas, sino hacia los propios jugadores, los jugadores y personal del equipo contrario e incluso con el público contrario.

Pero un partido femenino viene precedido por imágenes. Las imágenes son de muchos tipos. Cuando intentas concentrarte en la jugada y las jugadas posibles por venir, pasa una niña por delante de ti y te inunda el olfato de un perfume profundo. No es un desodorante para impedir transpiración o un agua de colonia para disimular aromas. Es un perfume en toda regla y a veces de los caros. Uno sabe de perfumes caros cuando intenta saber que regalar.

Otra imagen que ya prevés antes del partido es el desarrollo de una falta o incorrección. Normalmente, las actitudes éticas y de desenvoltura son mucho más lentas en las damas que en los jugadores masculinos. Ellos te demostrarán desparpajo, despreocupación, desdén o chulería. Ellas, desde el momento de entrar en vestuarios, están demostrando algo. Ante sus compañeras, los novios o padres que les acompañan, los directivos o público que estén mirándoles.

En las faltas, que son en un 90% de las veces por torpeza o impericia, tanto la que recibe la falta como la que la provoca se disculpan mutuamente. No importa si el árbitro decidirá que la falta habrá de sancionarse hacia uno u otro lado. Si se resolverá con tiro directo o indirecto. Si corresponderá o no amonestación o expulsión.

El cargo de una falta reside en su simple causa. Si involuntariamente tocan el balón con la mano dirán: “hay, perdonad, es que no me di cuenta”. Si coinciden en el balón los pies contrincantes y golpean entre sí, ambos equipos se acercan a cerciorase que ambas están en buen estado y si padece dolor alguna de ellas. Aparte, y sin importancia casi, estará la decisión del árbitro.

Recuerdo un encuentro, luego de una atajada del balón, la portera, se incorporó y devolvió la pelota al juego. Comenzó a sacudirse el polvo de sus pantalones con tan mala suerte que una contrincante le burla en una maniobra y consigue el gol.

Tantas imágenes y la seguridad que el encuentro será lento en los movimientos hacen que siempre se prevea como una tarea muy relajada. Casi un divertimento.

En el encuentro de referencia, el equipo contrario era del barrio donde yo vivía. Quizás varias de esas jugadoras las conociera de entre el vecindario.

Al presentarse la delegada, que resultó ser la madre de un compañero de colegio de mi hijo, la charla se prolongó por varios minutos. Acto que siempre permito pues creo que así piensan que yo he de ser más tolerante hacia ellos. Supongo que me favorece eso, pues al menos, no tendrán tantos motivos como para acusarme de mala predisposición.

De tanto retraso, y en contra de mis mismas indicaciones a los árbitros noveles, de ir con suficiente antelación al campo de juego, no pude completar el acta del encuentro en apuntar todas las jugadoras. Comencé la revisión de fichas y salí al campo con la intención de no retrasar la hora señalada y el propósito de continuar el llenado del acta en la media parte.

El encuentro sería el más memorable pues no hubo incidente alguno. Casi no hubo faltas. Aparte de las consabidas y ya explicadas torpezas que no entrañaron ni peligro ni lesión ni sanción.

Era un encuentro que si hubiera habido amonestaciones con tarjetas, el cierre del acta no las reflejaría. Un partido que por memorable, merecía el olvido de cualquier detalle.

Entre los comentarios al entregar las correspondientes copias del acta estuvo la de la delegada visitante de “qué lástima que no vino mi hija a disfrutar del partido”. Lo tomé como un cumplido. Era uno de esos partidos que sales tranquilo por un buen resultado: cero lesionados. Lo festejamos delegados, entrenadores y árbitro con cafés en la barra del bar del mismo campo.

Cerré el acta. Resultado final. Firmas de capitanes (capitanas), entrenadores, delegados, agradecimientos mutuos, despedidas, cobro del arbitraje y a casa.

A los pocos días me encuentro esa delegada mientras esperábamos a los pequeños a la salida del colegio.

-Qué tal mi árbitro favorito. Dice entre zalamería y sorna.

-Qué tal mi delegada favorita. Respondo, con esa misma dualidad.

-Por suerte estaba mi hija anotada en el acta. ¿Sabías que tuvo un choque con el coche ese mismo día?.

-¿Le ha pasado algo? ¿se lastimó o algo?

-Sólo moretones. Pero el coche tiene un buen gasto por arreglos. El seguro del coche no me cubría ese siniestro. Por suerte estaba puesta en el acta del partido aunque no haya ido.

En ese momento quedó muda mientras me miraba. Estaba haciéndome sabedor de esa indiscreción. La niña se habría ido por allí y al estar incluida en el acta el seguro de la Federación de Fútbol le cubriría los percances tanto de ida, durante y después del partido hasta su domicilio. El coche que conducía era el de la madre, la delegada en ese partido, y por ello los gastos se reducirían al contratiempo de no disponer de un coche durante el arreglo. La parte monetaria correría por cuenta de la aseguradora de la Federación pues la señora estaría volviendo de un partido con su hija y el árbitro era el que daría fe que ambas estaban en el encuentro.

Entre aturdido y molesto por no entender esa confesión, le pregunté a la señora “ex” delegada:

-No debías de contármelo, ahora que lo sé, me pones en el compromiso de informarlo y quedar mal ambos, pues yo no dije la verdad en el acta (y tú te aprovechaste, pensé) o hacer como que no me has dicho nada

-Pues, haz como que no te dije nada. Dijo con visible tensión

-Eso vale más que un café. Dije con tono pícaro

-¿Cuánto más?. Me preguntó en el mismo tono mientras miraba de reojo


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