MAF - Las patillas del árbitro

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Hubo una temporada que mi cabellera brillaba por su ausencia. Bien, la que brillaba era mi calva. No tenía pelo por la cara ni por la calva. Quizás experimentaba los cambios de aspecto. Realmente, no tenía mucho que peinar, mi calvicie ya rondaría el 70% de lo que era antes cabellera.

En esa época muchos habían cambiado mi apodo. Anteriormente era el “argentino” para los amigos. El resto de apodos variaban entre lo soez y lo ridículo. El nuevo apodo era “Colina” en referencia al árbitro italiano internacional que paseaba su calva por los campos internacionales.

El partido de infantiles que reseño era en un día especialmente fresco. Antes del encuentro los padres ya se juntaron en el bar a tomar un café o un café y coñac o un coñac sin café. Al pasar saludé y obtuve en respuesta algunos gruñidos. ¿Conocidos?, me pregunté. Estarán calientes por unos minutos y más habladores, o gritadores, el resto. A veces ese acaloramiento se expresa.

Al poco de comenzar el juego un grupillo de padres de los jugadores se daban ínfulas mutuamente y gritaban contra cualquiera de las decisiones que tomaba. Uno, no puede mostrar desprecio hacia esas actitudes. En estos partidos, el resultado sería lo de menos. El motivo de acompañar a los chavales al juego debía de ser el darles apoyo por hacer deportes, acompañar a los compañeros, hacer una salida en familia a un paseo por las comarcas. Pero esas intenciones se olvidan así de fácil. Un error o una apreciación diferente pueden desencadenar la sensación latente de un disgusto o la idea de que el árbitro “es el malo”.

Ese disgusto que me daban esos padres “se demostró”. Quizás por gestos, miradas y a veces con indicaciones que no fueron bien recibidas y tampoco bien dadas.

Uno de los padres del grupillo, entre gritos e insultos, le indica a otro que se sitúe cercano a una portería, algo alejado de donde estaban, para continuar molestándome. Debían de abarcar un buen abanico y hacer su presión, deduje.

Así lo hizo ese hombre. Pobre hombre, pensé, si aceptara alguna indicación sería por hacer algo que valga la pena, no para esa macabra conducta. Se situó a un costado de la portería y desde allí recomenzó su diatriba.

-¡eres malo!, vaya H… de P…

-el H… de P… eres tú. Respondí viendo su tosca actuación y encendiendo su asombro

Nadie podía creer que el árbitro pudiera insultar al público. Lo normal era lo contrario.

Arropado en un abultado abrigo y en su ínfula el hombre saltó la valla de separación del campo y se dirigió a mí a la carrera con su sana intención de defender su mancillado orgullo ante sus vecinos. Tomé rápidamente en cuenta su estatura, su dirección, sus pasos dudosos y que yo ya estaba los suficientemente relajado tras 20 minutos de partido. Relajado, atento y con la circulación a punto.

No pudo acercarse a menos de 50 centímetros pues una andanada de mis golpes y trompadas le llovieron antes de que pudiera él reaccionar. Entre todo esto yo evalué donde estaba el resto del público, el delegado de campo y de estar a suficiente distancia de los pequeños jugadores que asistían a esa sesión de pugilato en un campo de fútbol.

Mientras duraba la refriega, que recuerdo que estaba viviéndola con demasiada claridad y parsimonia, vi que algunos papeles y un bolígrafo saltaban por los aires. “Esos papeles y el boli no son míos”, pensé. Normalmente todo eso lo tengo bien ajustado y cerrado bajo velcro por si llueve, me caigo o en cualquier percance tropiezo. Además esa vez había hecho el gesto de acomodar mis prendas mientras veía por el rabillo del ojo como se acercaba el hombre que deseaba agredirme.

Luego de varios golpes certeros de mi parte y algunos manotazos al aire de su parte llegó el gentío, delegados incluidos, a separarnos, mejor dicho, separarme a mí de la paliza que le estaba propinando. Con el mismo tono calmado que mostré mientras se acercaba a la carrera el pobre hombre me separé de entre los brazos de quienes querían frenarme. Con la misma calma reacomodé mi atuendo y miré fijamente al gentío que allí se acercó y grité:

-¿Dónde está el otro?

Pura bravuconada, pues en ese momento todo mundo deseaba que bajara el Espíritu Santo a calmar los ánimos y ver qué pasaría luego. Igual de calmado me mostré al ver que nadie pestañeaba y al cabo de unos segundos varias voces llamando a la calma.

-por favor, no puede ser, los pequeños, ¡qué ejemplo damos! …

-muy bien, acabemos el partido. Dije. … pero no quiero ver en el campo a esos dos señores.

El encuentro terminó con más tranquilidad que al comienzo. Ducha, reviso si hay magulladuras, una afeitada más para resaltar la calva y quitar el poco de barba que asomaba, resultado final y nada que poner en el acta. Un partido sin nada que reseñar.

El delegado del campo despide al resto de directivos, locales y visitantes. Luego vino a mi caseta, el partido ya se daba por acabado.

-¿vaya genio que te gastas, eh?. A ti no se te suben a las patillas


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