Espaldas mojadas.

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Estaba corriendo a campo traviesa, no sentía mis piernas y mi respiración se cortaba por momentos, pensaba en las pobres mujeres del grupo, ellas estaban peor, los coyotes y toda su gente se movían sin dificultad, ahora comprendo porque les llamaban coyotes, ni agua, ni descanso, solo el intenso sol nos acompaña, castigándonos con su terrible calor por el desierto de Arizona.

Hubo un momento al pasar el rio Bravo que había una pendiente de hormigón en los dos sentidos, mis zapatos al principio resbalaron y descendí muy rápido, la subida fue peor, resbalaba y no podía ascender, todos me habían abandonado, todos subieron la inclinada pendiente y siguieron corriendo, no podía, mis zapatos de salir, de suela de cuero, resbalaban continuamente, las fuerzas ya me habían abandonado en la carrera, en verdad no me podía quedar allí, quedaría a merced del desierto o de la patrulla fronteriza, no me dejarían seguir adelante y nunca podría realizar el sueño que había mantenido por mucho tiempo, también además, había gastado todo mi dinero, no tenia trabajo a la edad de 43 años, ya era considerado un viejo en mi país, estaba solo y sin nada y comenzar de nuevo seria muy difícil por eso decidí realizar el viaje.

Después de meditar bajo tanta presión, al ver que me quedaba solo, decidí quitarme los zapatos, descalzo podría subir la empinada cuesta mejor y nuevamente a duras penas volví a unirme con el grupo, nadie noto mi regreso, todos actuaban según sus instintos, yo también pensaba que ya tenia ganada la partida después de vencer la terrible subida de concreto.

Llegamos a una casucha en la que supongo mantenían a todos los que trataban de pasar la frontera y todos entramos a descansar, nos dieron un poco de ron y algo de comida, allí estaríamos hasta la llegada de la noche, teníamos que esperar una camioneta que nos trasladaría hasta una cuidad dentro del territorio de los Estados Unidos y aprovechar la oscuridad para evadir posibles controles tanto terrestres como de otro tipo.

El jefe de los coyotes tenia una manilla de oro bastante gruesa, cuanta genta había pagado todo ese oro, cuantos igual que yo, corrían la misma suerte, el dolor y el sufrimiento era común a todos los que transitábamos por semejante aventura, por el contrario para los coyotes y su pandilla era la fuente de ingresos segura, constante y sobre todo muy bien pagada.

Ellos, nuestros anfitriones, no pararon de beber en toda la noche y nos bridaron algunos tragos, a los cansados hombres que estábamos allí, una mujer que precisamente estaba a mi lado, la llamaron para que acompañara a el jefe de los coyotes, nadie podía hacer nada, ni su propia familia podía interceder, estaría toda la noche con ellos, seria prostituida por toda la banda, acostumbrados estaban todos a violar y a matar a su gusto, aquel lugar era terreno de nadie y cada cual responde a su suerte tanto como pueda defenderla. Al otro día volví a ver a la mujer, nadie sabe lo que había pasado, pero nadie comentaba nada tampoco.

Nos montaron en dos camionetas acurrucados y escondidos, éramos un grupo como de cuarenta, fui invitado a ir al lado del chofer porque vestía mi único traje y todavía a pesar de la carrera y el polvo del desierto, se veía bien.

Llegamos por fin a un aeropuerto, nuestro destino era el este del país, tenia ventaja de no ser detectado porque venia solo, el grupo se había dispersado y conmigo viajaban algunas familias que de sospechar de ellos, serian atrapados, encarcelados y deportados a sus países de origen.

Hoy hace diez años de aquella locura, vivo escondido en mi pequeño apartamento la mayoría del tiempo, en la sombra, se me paga menos salario que a los demás trabajadores en los escasos y malos trabajo que logro conseguir, no tengo seguro médico, cada vez que veo cerca de un policía, la sangre se congela, hasta cuando tendré que vivir así, no se que fue lo peor, si pasar el desierto y evadir la patrulla fronteriza y los satélites de vigilancia o vivir así como una sombra acorralado casi todo el tiempo…


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