Sobre mí, un cielo poco estrellado ilumina la noche. Al frente dos luces rojas intermitentes mantienen alertados a los navegantes. La luna permanece oculta tras un manto de niebla. La sombra de las bateas semeja cuerpos sin vida flotando sobre un mar eterno. Las farolas de las aldeas cercanas, iluminan los oscuros callejones, donde duermen los gatos sin dueño, donde el aullar de los perros avisa de un peligro constante. Calles que nadie pisa, sino los pies de los sin techo.
Mis ojos permanecen atentos, mis oídos alerta. Sentada en el frió suelo de un viejo balcón escribo esto, un pequeño gato gris y blanco me acompaña, busca calor bajo mi cuerpo y se entremete entre mis ropas, a veces asoma su linda cabeza y me mira con sus ojitos color miel, se acerca lentamente y muerde la punta del papel sobre el que escribo, retiro la hoja de su boca y se aleja observando la caída al vacío brevemente. Se voltea y me mira con tristeza, maullando, casi rogando cobijo, nuevamente vuelve a esconderse entre mis ropas. Yo sigo escribiendo al compás de las olas, el ladrido de un perro se oye muy cerca de aquí, el canto de las aves nocturnas me recuerdan la hora que es, el cri-cri de los grillos me adormece. El pequeño gato explora tras mis espaldas, puedo sentir sus afiladas uñas en mis carnes, un frágil ronroneo se le escapa, diciéndome lo a gusto que está. Me voy amigos, el sueño me gana la batalla, pero no sin antes daros las gracias a todos vosotros, sí, los que me acompañáis cada noche recordándome que sigo viva.
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