Siento que me observan, como si alguien o algo estuviese afuera merodeando, espiándome a través de alguna rendija.
Expectante, aguardo unos segundos en silencio. Ningún ruido atraviesa el aislado ambiente en que me encuentro. El temor, por momentos desgarra mis sentidos, casi hasta el punto de hacerme perder la cordura en esta extrema soledad a la que todavía no me acostumbro. Lo deslumbrante y maravilloso que siempre me había parecido todo lo que en el exterior podía ver a través de mi ventana, ahora se había tornado tenebroso.
Varias veces me ha despertado abruptamente la misma siniestra pesadilla que he padecido estos últimos meses. Horribles criaturas lograban invadir mi solitario y sofisticado refugio, y una vez dentro, gozaban torturándome durante horas, como si yo tuviese alguna información que les interesara. Luego, después de haber ingerido mis vísceras, se retiraban sin importarle si moría o no, y siempre despertaba en ese cruel momento, por lo que luego necesitaba varias horas para reponerme de semejante ficticia atrocidad, pero que se me hacía carne cada vez mas.
Sabiendo que ya no podía contar con mis compañeros desaparecidos, creía que esta impiadosa situación en la que me encontraba por propia voluntad, también se quedaría con mi vida.
Ocultando todos mis miedos y para esconder además mi debilidad, ya no respondía todos los intentos de comunicación que el Centro Espacial Kennedy realizaba permanentemente.
Como único sobreviviente de la misión STS 128, se que mis días están contados. He decidido, vivir o morir en el espacio.
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